El tema del invierno demográfico me preocupa, como, me parece, preocupa a muchas personas en todo el mundo, sobre todo en Europa, y en España en particular. Por eso entré en un blog de Jenet Jacob Erickson, titulado «Necesitamos niños, por ellos, pero también por nosotros» (aquí, en inglés). Me sorprendió con una salida que no esperaba. La autora, profesora de la Brigham Young University de Salt Lake City, en Utah, Estados Unidos, empieza explicando la importancia de los padres para los hijos, pero pasa enseguida a explicar la importancia de los hijos para los padres.
Padres con hijos, dice, viven más años, ganan más dinero y, sobre todo, cambian su carácter, según la autora, por causas neuropsicológicas, «mejorando ciertas capacidades cognitivas que son importantes para ayudar a los hijos a sobrevivir y a prosperar». Y aquí viene lo que me llamó la atención: a raíz de su experiencia como madre, «lo que me sorprendió, dice, es cómo hacer de madre abrió mis ojos a mí misma y a las muchas debilidades que yo conocí y que debía cambiar. Como madre, no puedo fingir la amabilidad, la paciencia, la organización, la disciplina y la humildad durante todo el día».
Sigue diciendo que le llamó la atención la cantidad de impenetrable egoísmo que encontró en su corazón. «Nuestro reconocimiento de la dependencia de los hijos y de cómo nos necesitan es precisamente lo que nos hace arrepentirnos y tratar de hacerlo mejor y de dar lo mejor. En nuestros esfuerzos para cuidarles vemos cuán lejos hemos caído de lo que ellos realmente necesitan, lo que nos invita a buscar humildemente lo mejor para ellos».
«En nuestra cultura actual no solemos hablar de los hijos como una ‘brújula’ irremplazable. Hablamos mucho de lo caros y agotadores que son (…) Pero lo cierto es que necesitamos a los hijos. Los necesitamos porque necesitamos que nos cambien. Necesitamos lo que nos enseñan cuando les criamos, porque nos revelan a nosotros sobre nosotros mismos y sobre el cambio que nos conviene». Un formidable alegato en favor de la maternidad y paternidad que a mí me ha hecho pensar sobre las relaciones sociales.
Porque, con diferencias de escala, todos podemos encontrar los mismos retos en nuestras relaciones con los demás, que nos enseñan lo egoístas que somos, el cambio que necesitamos y la importancia que darnos a los demás puede tener para nuestro mejoramiento. Es verdad que, en la maternidad o paternidad, esto tiene otra dimensión, por el amor que los hijos suscitan. Pero, como digo, es una cuestión de escala: todos necesitamos cambiar, y a todos nos viene muy bien que los demás nos «inviten» a cambiar, haciéndonos pensar sobre nosotros mismos.
Claro que para ello hace falta, como la profesora Erickson señala, ser humildes, plantear nuestra vida como un servicio y no como un conjunto de derechos, y pararnos a pensar cómo son nuestras relaciones con los demás, no solo para preguntarnos si obtenemos todo lo que esperamos (¡pobre visión individualista!), sino para preguntarnos si damos todo lo que debemos. Porque esto último es lo que nos transforma. Y no nos hace más desgraciados.
El último párrafo de este artículo me parece estremecedor. Algunos partidos políticos hablan de Libertad (normalmente los de derechas), otros de Igualdad (normalmente los de izquierdas). Llegaremos a ver partidos políticos con el coraje suficiente para hablar de «Fraternidad», como un principio fundamental de comportamiento y como un objetivo prioritario de nuestra sociedad? Es esto posible, o solamente un propósito inalcanzable y una idea cándida?