Otro diagnóstico, no de los males económicos, o no solo de los males económicos, sino de los de nuestra sociedad. «Hace tiempo que la magia de la revolución ha dejado de ser una protesta contra las injusticias reparables, transformándose en una protesta contra el ser mismo, que no tiene la experiencia de lo que significa ser aceptado, que se sabe no acogido y tiene conciencia de que ni siquiera es susceptible de serlo».
Esto no se aplica a todos, claro, pero sí a bastantes, quizás a muchos. En la sociedad individualista, emotivista, utilitarista y relativista en que vivimos, hay unos cuantos que nos aceptan como somos, probablemente en nuestra familia y quizás también en nuestra escuela, en la empresa y entre nuestros amigos. Otros ponen cara de aceptarnos, pero en el fondo están pensando en cómo aprovecharse se nosotros. O no lo están pensando, pero nosotros pensamos que ellos lo piensan. Y entonces nos sentimos no aceptados, no tratados como nos parece que merecemos. ¿Verdad que este diagnóstico tiene bastante razón? ¡Ah!, y si este sentimiento de no ser aceptados se amplía, nuestro malestar crece. Y si no tenemos una sólida estructura anímica, empezamos a no aceptarnos nosotros mismos, y esto significa una grave enfermedad moral, una de cuyas consecuencias es que reducimos nuestra aceptación de los demás.
Leí hace tiempo que esos cuadros de seres humanos deformados, retorcidos, desagradables, que pretenden mostrar el lado feo de la humanidad, son, en el fondo, el rechazo de nuestros congéneres y, por tanto, de nosotros mismos.
«Para que el hombre pueda aceptarse a sí mismo, se le ha de decir ¡qué bello es que existas!». Ahora se entiende mejor: que tú existas es una fiesta para todos. «Y ello no solo con palabras, sino con ese acto supremo de la existencia que llamamos amor, cuya esencia consiste en querer la existencia del otro, en recrearla de algún modo». ¿De verdad queremos la existencia de los demás, de todos y cada uno de los demás? Es que son malos, es que son aburridos, es que son egoístas… Vale: pero, ¿los quieres a todos, de verdad, a pesar de que sean una desgracia? Al final, los problemas de nuestra sociedad no son problemas de estructuras, de leyes, de mercados, de organizaciones… sino de personas.
Pero qué pocos se atreven «a creer que su existencia es buena». ¿Lo es de verdad? ¿No será una mentira piadosa quemontamos para no complicarnos la vida? «El amor por sí solo no basta (…) Solo cuando coinciden verdad y amor puede llegar el hombre a ser feliz: únicamente la verdad nos hará libres». Nuestra falta de aceptación del otro es, a menudo, ignorancia sobre lo que es el otro, sobre la verdad del otro. Y, por tanto, nuestra falta de aceptación de nosotros mismos es porque no nos conocemos, no porque no sabemos la verdad sobre nosotros mismos, porque nos hemos creado una careta hecha, como dije antes, de egoísmos, de emociones superficiales, de querer pasarlo bien, de no complicarme la vida… Vivimos tranquilos, claro, pero en la mentira.
El lector ya lo habrá adivinado: ¿verdad y amor juntos? Esto suena a Benedicto XVI. Sí, las siglas son del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, en Cooperadores de la verdad. Reflexiones para cada día del año. Madrid; Ediciones Rialp, 1991, p. 113.
Excelente post. Me atrevería a decir que la necesidad de integración, de aceptación, pasa por encima de la voluntad de autoafirmarse, de tal suerte que invertimos la mayor parte del tiempo en buscar y pulir las imperfecciones que nos separan que en hallar y potenciar las virtudes que nos distinguen.
Cuanta trasparencia en sus comentarios. Aunque debemos reconocer que en la vida, es difícil hallar juntos la verdad y el amor. Si me permite un comentario gracioso, aquí en Argentina hay un dicho popular que dice: “O le encontramos la vuelta para zafar o lo atamos con alambre”.
Y creo que los vínculos humanos, están atados con alambre, porque creemos que a ninguno nos conviene conocer toda la verdad, porque el amor nos limitaría.
Impresionante fue cuando descubrí en el mismo Benedicto la lectura de que el Xmo. no es solo una religión, ni un grupo de gente, ni una doctrina sino el encuentro personal de descubrir que es uno como nosotros. Gracias por recordárnoslo.