Vuelvo sobre el tema de una entrada anterior, con el mismo título, pero ahora haciendo referencia a un artículo de Anthony Randazzo y Jonathan Haidt titulado «Las narrativas morales de los economistas» en el mismo número del Econ Journal Watch (aquí, en inglés). Las dos narrativas a las que se refieren las explican los autores de forma casi telegráfica: una es que el capitalismo es explotación, y la otra que es liberación. Y esas narrativas configuran las conclusiones sustantivas de nuestro trabajo, tanto cuando este es de tipo positivo (lo que pasa) como si es normativo (lo que debería ser).
Lo que distingue a la aportación de Randazzo y Haidt es que llegan a la conclusión de que la manera de ver el mundo de los economistas depende de sus valores, o sea de su visión moral. Explican una encuesta que hicieron entre economistas, en cuyas respuestas se ponía de manifiesto su concepción moral de la economía, de la sociedad y de la persona: las conclusiones, favorables o no, a la libre empresa o al Estado, a las políticas de crecimiento o a las de redistribución, tienen que ver con sus ideas morales. «Empezando por la agenda de investigación, siguiendo por la construcción de un modelo particular y pasando por la selección de un enfoque metodológico particular, el trabajo de los economistas y, consiguiente, la economía que elaboran está construida de acuerdo con sus valores morales y sus narrativas».
Estoy de acuerdo, pero iría más allá en tres puntos. Uno: hay que remontarse no solo a los valores morales, sino a la concepción de la persona (y de la sociedad) para entender nuestros sesgos. Detrás de una idea (económica, sociológica, de ciencia política, de historia, etc.) hay toda una concepción de la dignidad de la persona, de su individualidad o sociabilidad, de sus motivaciones, de sus objetivos en la vida, etc.
Otro punto: esto vale no solo para la economía, sino para todas las ciencias sociales, y aun para muchas actividades ordinarias de la vida. Si mi concepción del ser humano es la de un ser individualista, que viven en sociedad porque le conviene pero no tiene lazos permanentes con los demás, que necesita incentivos materiales para comportarse de una manera o de otros, que lo único que le importa son los resultados de sus acciones para él, mi manera de entender lo que hacen los demás será muy diferente de la que observaré cuando sea una persona volcada hacia los demás.
Y tres: es muy difícil ser objetivo. Casi siempre nos enredamos con nuestra concepción de la persona y del mundo, a la hora de afirmar que «las cosas son así» o «las cosas deberían ser así». De ahí la importancia de escuchar a los demás, de dejarles hablar, de «perder el tiempo» pensando con ellos, y de intentar entender por qué dicen lo que dicen.
Hubo un tiempo que se creyeron cosas como que la mano invisible era la ética. Ahora hay quienes afirman que es una ley: la de oferta y demanda, pero es porque faltaban instrumentos matemáticos como lo que llamo coherencia económica (porque permite referir unos sistemas económicos de otros y establece sus equivalencias. Al final lo que debe primar es lo justo (numéricamente hablando que es una parte, pero muy importante). En mi libro explico cómo es que las curvas de oferta y demanda no son mas que partes de una teoría más amplia que no requiere definir bienes inferiores o superiores ni de los innumerables tipos que existan pues sólo son segmentos de otras curvas conceptualmente abarcadas por la coherencia y otros conceptos económicos que todavía no son usuales. Alguien lo tenía que decir y lastimosamente me tocó a mí. Pero ya esto es harina de otro costal.