Esta es la penúltima de mis entradas sobre mi presentación en el V Congreso Internacional «Dependencia y Calidad de Vida», organizado en Madrid por la Fundación Edad&Vida los días 10 y 11 de marzo, y justifica la referencia a la política monetaria que aparece en el título.
Ya he explicado otras veces que la política monetaria “tradicional” dejó de funcionar a raíz de la crisis financiera. Esa política consistía, fundamentalmente, en que el banco central (BC) proporcionaba liquidez a los bancos, mediante operaciones regulares (subastas semanales, en el caso del Banco Central Europeo, BCE; operaciones diarias de mercado abierto en la Reserva Federal norteamericana, Fed). El tipo de interés de esas operaciones era clave para animar a los bancos a solicitar más liquidez (si ese tipo bajaba) o menos liquidez (si subía), lo que movía a los bancos a bajar o subir los tipos de interés que cobraba por el crédito, y eso alentaba al sector privado a pedir más crédito (en el primer caso) o menos (en el segundo). Pero con la crisis la banca quedó bloqueada por su excesivo endeudamiento, por la pérdida de valor de sus activos, por la insuficiencia de su capital, por sus dificultades para el acceso a los mercados interbancarios y por la pérdida de la seguridad de los clientes que les demandaban el crédito. De modo que los intentos de los BC para aumentar el crédito no dieron resultado, y la reducción de sus tipos de interés hasta prácticamente el 0% dejó inútil ese instrumento.
La “nueva” política monetaria consiste en un intento de los BC de “saltarse” a los bancos para influir directamente en los tipos de interés que las empresas y las familias tienen en cuenta en su demanda de crédito. Esos son tipos a medio y largo plazo, pero el BC solo controla un tipo de interés a muy corto plazo, a un día o a una semana, como he explicado antes. Para ello, el BC intenta,
- Asegurar de forma creíble que los tipos de interés que él controla, que ahora son prácticamente iguales a cero, seguirán siéndolo durante un larguísimo periodo, de modo que el sector privado tome decisiones de inversión con rentabilidades bajas, porque el coste de los fondos es y seguirá siendo muy bajo. Esto se consigue, principalmente, mediante la forward guidance, la política de “guiar” los tipos de interés a plazos largos.
- Comprar grandes cantidades de bonos sin riesgo a largo plazo, con objeto de aumentar su precio y reducir su rentabilidad, hasta los niveles negativos comentados antes (quantitative easing). Esto reduce los tipos de interés de esos bonos mediante la reducción de su prima de liquidez: al reducir la oferta de bonos sin riesgo a disposición del sector privado, está reduciendo su rentabilidad, es decir, el coste para las empresas que los emiten.
- Y si baja la rentabilidad de los bonos sin riesgo, los inversores privados, si buscan rendimiento, tendrán que comprar bonos con riesgo, es decir, bonos privados, bonos de empresas o activos formados con crédito bancario a familias o empresas, reduciendo la prima de riesgo de esos bonos. Y esto se supone que aumentará la disposición de las empresas y familias a pedir crédito o a emitir bonos, facilitando la inversión, recuperando la demanda y haciendo subir los precios, es decir, combatiendo la deflación.
Ya, acabamos: solo quedan las conclusiones de todo lo anterior.
El problema profesor, es que para mantener los tipos bajos, la producción y productividad deben estabilizarse en regímenes adecuados a ellos (cuando los tipos eran más altos). Pero aunque la sincronía juega a favor, los golondrinos escapan a la sincronía (así lo creen al menos, pero es casi imposible) y debilitan la ansiada estabilidad. Pero la longitud (en meses) del ciclo productivo presiona para que los tipos varíen y así, es otro elemento de inestabilidad.