No soy el único que llama la atención contra la tentación de decir que ya se ha acabado la crisis en la economía española, que ya estamos creciendo, que estamos creando empleo, que todo es bueno y… que no hace falta tomar precauciones. Porque es verdad que hemos salido de la crisis (al menos desde algunos puntos de vista), pero estamos muy lejos de tener un futuro seguro.
Me apoyaré para argumentar esto en un magnífico artículo de Aristóbulo de Juan en Expansión, el día 17 de junio. Él se refiere a la situación del sistema financiero español en la actualidad, y llama la atención sobre unas cuantas cosas. «Unos resultados muy exiguos, dice, un capital regulatorio complejo que acepta como buenos diversos componentes de escasa calidad y un fuerte endeudamiento con los mercados mayoristas para financiar créditos, bienes adjudicados, participaciones y renta fija». O sea, la banca no está segura. Como decía hace unos días a unos directivos en un programa en el IESE, el balance de los bancos no inspira confianza.
Exceso de liquidez internacional, «que afecta a la estabilidad financiera, favorece la formación de burbujas y estimula fuertemente el riesgo moral». Riesgo de especulación, como medio para obtener las rentabilidades que los bajos tipos de interés no permiten, colocando los fondos en activos sobrevalorados o de alto riesgo.
Y como hay liquidez abundante, descuido de los ajustes: el crecimiento lo curará todo. «Por otra parte, la ingeniería financiera, los derivados y la banca en la sombra, que campaban por sus respectos en 2007, y fueron también concausa importante de la crisis, ‘cabalgan de nuevo'».
Las nuevas exigencias regulatorias no son suficientes. Se fijan casi exclusivamente en el capital, «ignorando otras áreas clave como la concentración de riesgos y una eficaz consolidación contable (…) Una proporción importante de los componentes que alimentan el capital regulatorio son apuntes contables con escasa sustancia económico-financiera«.
«Prevalece la ‘legalidad’ de las cuentas, pero no cuentan los flujos de caja, el dinero. Además, se legitima así el registro de beneficios y capitales ficticios y se contribuye incluso a la descapitalización mediante el pago de impuestos, el reparto de dividendos, bonus e incentivos basados en aquellos beneficios meramente contables».
Sigue haciendo lista de cosas que no van. La práctica desaparición de la supervisión ‘in situ’; el control basado en informaciones no comprobadas… Y las grandes fusiones, como soluciones «como si ‘más grande’ significara ‘más eficiente’ o ‘más controlable’ y con la esquizofrenia que supone fomentar más entidades sistémicas, que, resultando ‘too big to fail’, nunca se cerrarán».
Y esto en un entorno de crecimiento bajo e inseguro, con países en dificultades por la caída de los precios de las materias primas y el petróleo, con la próxima subida de tipos de interés en Estados Unidos, con China perdiendo ritmo, con problemas en Brasil y Rusia, con inestabilidades geopolíticas, con Grecia al borde de la quiebra…
«Algunos piensan que ganando tiempo se resuelven las cosas. Pero muchas veces no es así» Y concluye que no entra ahora en los problemas de fondo que supone un sistema financiero que tendrá que apañarse durante muchos años con tipos de interés muy bajos, con alta volatilidad «y en un contexto en el que la financiación de la banca comercial está llamada a ceder espacio a la banca en la sombra».
No suelo ser pesimista, pero me parece que esta salida de la crisis no está siendo sana. No está bien dirigida, ni por los gobiernos, ni por las autoridades europeas, ni por el sistema financiero. Me quedo con otra frase de Aristóbulo de Juan: «Que banqueros, políticos y supervisores confundan la ‘legalidad’ regulatoria con la realidad financiera, no».