Insisto en que no quiero ser negativo, pero, no sé por qué, me llaman más la atención las noticias que pronostican que algo no va bien. Puede ser cosa de mi edad. O de que no me gustaría tener que reconocer que nos equivocamos cuando decimos que todo va bien, como ya ocurrió hace unos años, durante la bonanza que nos deslumbró a todos.
La noticia viene de Estados Unidos: el mercado de fusiones y adquisiciones está creciendo fuertemente. Eso, en principio, es bueno, o puede ser bueno. Pero también puede señalar un problema. Según el Financial Times del pasado 9 de junio, «el crecimiento de la actividad de fusiones y adquisiciones es un clásico heraldo de tiempos más pobres«.
Lo que se vislumbra detrás de ese mercado es un exceso de liquidez, unos tipos de interés muy bajos (y la expectativa de que sigan siendo bajos, como fruto de la política monetaria de la Reserva Federal, del Banco Central Europeo, del Banco de Japón, del de Inglaterra y de otros) y, me parece, también la expectativa de rentabilidades menos atractivas en las inversiones reales, de modo que, en lugar de montar una fábrica nueva, es más rentable comprar otra empresa, porque el dinero es barato. «Las compañías se están reapalancando», dice el artículo. Esto no es malo cuando el dinero es barato y las oportunidades de negocio son buenas, pero en este caso lo de las oportunidades no está tan claro, al menos en la economía real. Y la subida de los tipos de interés puede dejar a no pocas inversiones en números rojos.
El artículo que menciono acaba diciendo que «todo irá bien en los próximos seis meses o así, pero entonces todas las estrellas estarán alineadas para señalar tiempos difíciles para el crédito».
¿Nos afecta esto a nosotros, a este lado del Atlántico? Sí, porque nuestra recuperación no es todo lo sólida que parece. También porque los mercados son mundiales, no nacionales, de modo que lo que pasa en Estados Unidos nos afecta a todos. No sé, pero no estoy tranquilo. Recuerdo una escena en la película «Master and commander», en la que un segundo oficial está nervioso, en medio de una calma chicha, rodeado de niebla, y decide llamar a la guardia, por si acaso, para que suba a bordo del barco sin hacer ruido. Su corazonada se cumple. Pero -y esto me preocupa también, en este caso- ese segundo oficial acaba suicidándose. ¿Debo prepararme para lo peor?
Hay empresas e instituciones que pueden requerir proveedores de servicios no solo con rendimientos (retornos) muy bajos, sino que tal vez, negativos. Porque lo importante es que no falte la sincronía, incluso los feriados (algo que muchas empresas harían solo por rentabilidad). Creo, profesor, que con las comunicaciones a «full», nos vamos dando cuenta que el dinero viene quedando obsoleto y más importante son las personas que deciden bien. Pero que lo hacen por tener más información de confianza. Y puede ser incluso que la esposa de un ajedrecista tenga más rigurosa perspectiva que un gran directivo debido a la información que le cuenta su esposo, por poner un ejemplo. También puede ocurrir lo contrario. Pero al final uno y otro caso radican en la sin(o dis)cronía, que es lo que realmente importa y para lo que estamos los directivos. Todo lo demás ya fue sincronizado y, si falla, es por eso que estamos aquí. El dinero sirvió para las transacciones cuando no había información de la sincronía, pero ahora, sirve más para corromper que para sincronizar, que es su fin. Lo último para un directivo debería ser discronizar ex-profeso. Al que hay que contratar es al que sabemos que tiene información para sincronizar, dado el caso,