El lector pensará que «la he tomado llorona» con la evaluación de las políticas (para los no españoles, «tomarla llorona» se aplica a la borrachera que acaba con el interesado llorando desconsoladamente, lamentándose de todo lo que ha hecho mal en la vida). Puede que sí, pero me parece que insistir en esto no es superfluo. Me lo trajo a la memoria las declaraciones de Dan Levy, profesor de la Harvard Kennedy School, que pasó por el IESE hace unas semanas; la entrevista apareció en El Mundo del 10 de mayo.
Cosas que decía Levy: En los países ricos «uno de los problemas (…) es que cuando se pone en marcha un programa, los que lo han diseñado no se cuestionan si funciona o no y por ello no creen necesario hacer una evaluación (…) A veces las personas que han creado esos programas públicos están más interesadas en vender su proyecto que en esforzarse para que este pueda ayudar a los ciudadanos (…) No se dedica el tiempo suficiente a diseñar el programa que pretende resolver un problema. Las causas del mismo suelen ser varias, pero en la mayoría de ocasiones solo se busca atajar la raíz de una de ellas«. Esto suele ponerse de manifiesto en la evaluación: por qué ha fallado un programa que, sobre el papel, parecía tan bueno.
Me parece interesante también la distinción que hace entre «la evaluación que tiene como fin una rendición de cuentas y la que persigue un aprendizaje». La primera suelen promoverla las instituciones de control: parlamento, tribunal de cuentas… y suele orientarse más a los gastos que a los resultados. La segunda debería promoverla el propio organismo que elaboró el programa y lo puso en práctica (aunque esto suponga una autocensura), o un organismo encargado de la evaluación (que ya empiezan a funcionar en España) y, sobre todo, la sociedad.
Como decía Juan Antonio, no se puede evaluar lo que no se ha previsto evaluar; y el aprendizaje pasa por ahí ya que es imposible prever lo que se va a aprender. Solo alguien que sabe más puede prever lo que se va a aprender y además tiene que «sincronizarlo» en los tiempos probables sucesivos. De aquí que la rendición de cuentas tenga que ser co-contra-variante. Es una gran noticia que en España se esté intentando hacer algo al respecto.