En una entrada anterior con este título me refería a las críticas que Ricardo Haussmann, profesor de Harvard, había dirigido al Papa Francisco, con motivo de su discurso a los participantes en el II encuentro Mundial de los Movimientos Populares, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el 9 de julio pasado. En esa entrada expliqué que me parece que las críticas del Papa al capitalismo no iban dirigidas al libre mercado, ni a la libre empresa, ni a la libertad de iniciativa, sino a las motivaciones de sus protagonistas, concretamente a lo que él llamaba “la lógica de las ganancias a cualquier costo”.
Me parece que lo que está diciendo Francisco es que ese formidable sistema económico, que ha traído una prosperidad sin precedentes al mundo capitalista, se ha pasado de rosca, y ha empezado un tortuoso camino que no puede acabar bien, si no rectificamos a tiempo. Y rectificar no es cuestión de impuestos, ni de gasto social, ni de regulaciones, ni de más Estado, ni de planificación comunista, sino de cambio de valores. El Papa lo dice claramente: “dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón”.
Claro que podemos decirle que para eso están las estructuras, las leyes, las constituciones y las reglas. Pero no vale. Francisco sabe muy bien que una clase dirigente con una “ambición desenfrenada por el dinero” acabará saltándose todas las barreras. En su discurso dice unas cosas duras sobre esto, que nos pueden sonar a marxistas, pero que, me parece, recogen experiencias de todos los países, empezando por los más desarrollados. Cuando habla de “las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio”, está refiriéndose, principalmente, a los países en vías de desarrollo. Pero también las hay en los más ricos.
En los países pobres no hay instituciones, leyes y regulaciones capaces de defender los derechos de los trabajadores o de los consumidores, la libre competencia en los mercados o el medio ambiente. Haussmann probablemente echará la culpa a sus políticos, a sus sindicatos o a sus intelectuales, todos ellos corruptos. Y tendrá razón: en esos países hace falta más libre mercado. Pero Francisco no entra en disquisiciones semánticas (y este es quizás un fallo en sus escritos): para él, el “sistema” (nunca lo llama capitalismo, al menos en este discurso) no es solo la economía de mercado, sino que incluye también su marco regulatorio, legal, institucional, cultural y moral. Y lo que falla en él no es el mercado, sino la cultura y la ética.
En esos países, que estaba visitando en julio, la falta de suficiente economía de mercado es una culpa compartida por muchos actores económicos y políticos, incluidos muchos empresarios que, desde el principio, hicieron lo posible por tener un marco sesgado a favor de sus intereses.
El Papa dice que ese sistema “debe estar al servicio de los pueblos”. Esto no va contra las políticas y las instituciones mencionadas antes. Los economistas diríamos que el objetivo debe estar en el bienestar social, no en el individual, aunque me parece que esta no es la manera de pensar de algunos empresarios e inversores, que se han tomado tan en serio lo de “maximizar el valor para el accionista” que lo han convertido en “el” objetivo de la sociedad, aunque, originalmente, no era más que un indicador de la eficiencia conseguida en el mercado, bajo unas condiciones (que nunca se cumplen).
El discurso dice más cosas, pero solo añadiré un último comentario, este crítico. El Papa hablaba a los participantes en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, y les decía cosas muy bonitas, animándoles en su trabajo y felicitándoles por su compromiso. Supongo que la idea de gente “de la base” ensuciándose las manos para conseguir cosas debió encantar al Papa, que considera que el cambio de la sociedad no vendrá solo ni principalmente de “los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites”, sino del trabajo de todos –y me parece una idea excelente. Pero me temo que entre ellos habría no pocos marxistas o de movimientos afines, a los que los elogios de Francisco les debieron sonar a gloria. Me hubiese gustado que el Papa les recordase algunas de las ideas de Haussmann, u otras parecidas. Además de hablar del “sistema idolátrico [capitalista] que excluye, degrada y mata”, quizás les hubiese debido recordar que esto pasa con todas las ideologías, también –y quizás más- las de izquierdas. Es verdad que les dijo que “el padre de la mentira [el diablo] sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar poses ideológicas”, pero me temo que muchos de sus oyentes se perdieron esos matices o, al menos, no las creyeron dirigidas a ellos.
Hola a todos.
En 1922 (España invertebrada) Ortega y Gasset hacía reflexiones parecidas:
“Cambios políticos, mutación en las formas de gobierno, leyes novísimas, todo será perfectamente ineficaz si el temperamento del español medio no hace un viraje sobre sí mismo y convierte su moralidad.”
Substituyendo la palabra españoles por ciudadano la frase es extensible a cualquier persona.
Saludos a todos y gracias por el blog.
Javier del Agua
María, también me gusta el mensaje del Papa, pero él habla para todas las personas, no solamente las cristianas, pone en la palestra temas que sabemos que oprimen a otros pueblos y él desde su liderazgo los hace suyos y los comunica, me parece que es el mundo de la empresa el que ha olvidado que hay valores que son intrínsecamente humanos y no dependen de si profesas o no una religión, la verdad está allí me trasciende, hay valores universales, lo que sucede es que el hombre ha dejado de lado el comportamiento ético y vive como una bestia egoísta, la fe solo hace que eso humanamente bueno tenga un sentido trascendente, divino, pero si nos quedamos en el plano meramente humano, el discurso debería llegarnos a todos.
Me gusta mucho el artículo, pero al Papa lo siento como el verdadero representante de Jesús en el mundo, vive el evangelio y nos hace mejorar como personas. Las formas económicas son otra cosa.