Gillian Tett publicó hace unos días un artículo en el Financial Times sobre las consecuencias del uso de los programas de ordenador en las operaciones de los mercados de capitales -los automated computer programs-, que, dice ya representan más de la mitad de las operaciones en el mercado de acciones (aquí, en inglés, con el título de «Bienvenidos al mundo salvaje de la inversión a través de robots»).
Le preocupa que, como todos los programas son parecidos, nos llevan a conducta de rebaño: cuando uno vende apresuramente, los demás hacen lo mismo.
Le preocupa que estos programas actúan en muchos mercados a la vez, de manera que su volatilidad se transmite: si no encuentran liquidez en un mercado, buscan en otro. Esto extiende sus efectos, y reduce la eficacia de los medios de defensa que se han propuesto: suspender la sesión en un mercado cuanto tiene una caída desplaza las operaciones hacia otro.
Le preocupa que los perdedores son los pequeños inversores, que no tienen ordenadores superápidos para llevar a cabo sus operaciones, y siempre llegan tarde.
Le preocupa que los mercados entren en una fiebre de movimientos muy rápidos, breves pero violentos. Esto no favorece la toma sensata de decisiones: la prudencia ha perdido terreno ante la velocidad (esto lo digo yo, pero me parece que también lo piensa ella). En definitiva, tenemos un sistema que ha bloqueado la existencia de actores que dan calma a las operaciones -los antiguos market makers (esto también lo dice ella).
Me acordaba de un antiguo chiste de Forges, en el que se veía a un ladrón diciendo: con esto de la corrupción, el falseamiento de la contabilidad y todas estas cosas, se están perdiendo las buenas maneras de hacer las cosas. Al final, no habrá nadie que sepa robar como Dios manda (no es literal, pero sí recoge su idea). Esto tampoco lo dice Gillian Tett, pero es un motivo más de preocupación.
No quiero acabar con una nota (demasiado) negativa. Los ordenadores tienen usos muy buenos y, me parece, ahora no concebiríamos una vuelta a los mercados «a mano». Pero tienen también -ya se ve- consecuencias negativas, que, me parece, proceden de una vocación demasiado marcada por la maximización del beneficio inmediato, y por un rechazo a considerar los efectos de las acciones de uno sobre los demás -externalidades los llaman los economistas. Es como si yo riego las macetas de mi balcón sin mirar si alguien pasa por la calle. Mal, ¿no?
Pareciera ser que solo las grandes compañías tienen la ventaja, tal como lo menciona el profesor…
No todo lo que esta en la vanguardia es beneficioso para todos.
Saludos
Es y será una gran fuente de imestabilidad que se traduce y traducirá, lamentablente, a la economía real.
Varias firmas de corredores se mudaron cerca de Wall Street para ahorrar nanosegundos en la ejecución de sus transacciones
Estimado profesor: ¡Y aun algunos dicen que los robots están por venir! No es cierto, ya controlan parte de nuestras vidas , pero ¿Cómo introducir «valores» humanos en su red? Recuerdo la noticia de este verano en la que comentaban qué haría un coche auto dirigido en caso de máximo riesgo; una persona puede llevar su vehículo a la cuneta (o a sitio peor) por no colisionar con un autobús escolar , pero ¿Qué haría un ordenador?
No hemos acabado, ni mucho menos, de entender y gestionar la RSC para nosotros y ya piden paso las maquinas… 🙂