Hace ya bastantes años, mi colega Juan Antonio Pérez López, que nos dejó hace tiempo debido a un accidente de tráfico, me dijo que el gran enemigo de la ética era el sentimentalismo. Entonces no lo entendí. Ahora, sí, quizás porque me he dado cuenta de que vivimos en una sociedad emotivista, en la que mandan las emociones, y no en una sociedad racionalista, en la que manda la razón. Y, claro, nos dejamos llevar por «¡ay!, esto no me gusta», o «no me parece bien», o «esto es guay», o «pobrecito, como sufre». Y así sale lo que sale.
Claro que las emociones, o los sentimientos (ya sé que son diferentes, pero aquí no quiero perderme en disquisiciones de lenguaje) son importantes. Juan Antonio me decía que, cuando una madre lleva a su hijo a que le pongan una inyección, y el niño se echa a llorar, la madre sufre. Claro. Y eso es bueno, muy bueno: es una manera de que la madre se implique en el problema que tiene el chico.
Pero si la madre reacciona con sentimentalismo, dirá que no le pongan la inyección al niño, porque sufre (sufre él y, reconozcámoslo, también sufre su madre). Y el niño no se curará. Aquí hay que ser racionalista. Bueno, hay muchos racionalismos, y no todos son adecuados. Pero digamos que la madre tiene que hacer un razonamiento frío, desapasionado, del tipo «mi hijo está enfermo, necesita esa inyección, luego que se la pongan. Aunque sufra él, y aunque sufra yo». Y luego, el sentimiento volverá a hacer de las suyas. «Mi hijo sufre, y yo no debo impedir la causa del sufrimiento, pero debo ayudarle a superarlo». Y le dará un caramelo. Y le contará una historieta, para que se distraiga. Y le hará notar, si ya es mayorcito, que en la vida encontrará muchos ratos amargos, pero que tienen un sentido, son consecuencias de otro problema (su enfermedad) y de su solución (el pinchazo), que debe saber encontrar las cosas positivas que hay en el sufrimiento, que una buena manera de superar el sufrimiento es dejar de mirarse el ombligo y pensar en los demás (¡uau, menuda lección de generosidad le acaba de dar la madre!)…
Bueno, todo esto se me ocurría a propósito de los despropósitos que vemos estos días con el tema de los refugiados y los inmigrantes. Pero esta entrada ya es demasiado larga, de modo que lo dejo para otro día.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Sin duda, hay que pensar con cierto racionalismo en algunas cosas, pero no hay que olvidar que en muchos casos, se debe buscar el equilibrio entre racionalismo-sentimentalismo. Ya que podemos caer en la tentación de ser racionales frente a todo, cuando detrás de los números, se encuentran también las personas.
Así es profesor. Yo le escuché decir que lo peor de esta sociedad era confundir la solidaridad con el sentimiento de solidaridad. Creo que eso se entiende mejor ahora que cuando Juan Antonio lo decía hace 20 años.
espero con ansia la próxima entrada de este blog.
supongo que nos dirá cosas como:
¿puedo hacer algo yo?
¿son nuestros políticos en vez de yo quien puede y deben hacer algo?
¿debemos abrir nuestras fronteras / debemos construir muros?
¿ayudar a estos refugiados acogiéndoles resuelve algún / todos sus problemas?
¿cómo se puede atacar la causa de estos problemas?
¿cómo me voy a la cama con una relativa tranquilidad sabiendo que he hecho todo lo que está en mis manos ante esta (y otras) crisis humanitarias?