En una entrada anterior expliqué lo que me parece podemos definir como emprendeduría social. Ahora me interesa explicar por qué son empresas. Para ello, me remitiré a una idea sencilla, procedente de la microeconomía.
Supongamos una empresa que produce boligrafos. Al precio actual, de un euro cada unidad, puede producir y vender 1.000 unidades al día, con un coste total de 0,90 euros cada uno: o sea, sus costes de producción son de 900 euros, sus ingresos osn 1.000 y su beneficio es de 100 euros. El lector ya se habrá dado cuenta de que no está en situación de competencia perfecta; por las razones que sean (quizás porque sus bolígrafos se diferencian de los demás por su marca, o su diseño, o su calidad, etc.), puede mantenerse en esa situación durante mucho tiempo.
Ahora supongamos que un emprendedor social compra la empresa. Nada ha cambiado, ¿verdad? Pero él persigue objetivos sociales. Uno podría ser dar empleo a trabajadores con discapacidad. Y otro podría ser emplear el beneficio para financiar una residencia de ancianos con pocos recursos, que es otra de las iniciativas emprendedoras de nuestro protagonista. En el primer caso, si los empleados discapacitados son menos productivos, o tienen más ausencias, o necesitan atenciones especiales, sus costes aumentarán. Si lo hacen hasta un euro, la empresa sigue siendo sostenible: sus costes y sus ingresos son 1.000, y no hay beneficios, que no interesan a nuestro emprededor social.
En el segundo caso, sus beneficios van a parar íntegramente a una labor social, no se los embolsa el emprendedor social que, a los ojos de sus clientes, puede parecer un emprendedor como los demás, pero que no lo es.
En ambos casos, puede procurar que los beneficios no dejen de producirse, quizás para tener un colchón financiero para años difíciles, o para el crecimiento futuro de su empresa, o para atraer inversores si los necesita, o para financiar innovaciones… La cuantía del beneficio no es la clave de la emprendeduría social, sino la función social de la empresa, a la que se subordina el beneficio. Sería algo parecido a una sociedad anónima en la que los accionistas no se acordasen de reclamar sus dividendos, pero con la diferencia de que, en este último caso, es probable que los directivos se apropien de esos beneficios, cosa que, suponemos, no hace nuestro emprendedor social, aunque podría hacerlo -y algunos lo hacen.
Por tanto, social no quiere decir sin ánimo de lucro. En todo caso, los bolígrafos tienen que salir buenos y a costes inferiores al precio del mercado, para lo que el emprendedor social deberá adoptar prácticas similares a las de las empresas con fines de lucro: crédito, publicidad, racionalización de las operaciones, etc.
Una buena lección de sincronismo socio-económico-productivo profesor. Gracias por ejemplo, me imagino que no se opondrá a que lo cite en mis clases de sincronismo poliano y matemáticas micro-macro. Gracias de nuevo.