Me entero por el blog de la Brookings Institution que hay un artículo escrito por cuatro profesores de diversas universidades acerca de cómo mejorar la eficacia del seguro de desempleo. El problema es bien conocido, y lo he mencionado otras veces en este blog. Cuando una persona cae en el paro, necesita algún tipo de ayuda económica, porque es muy difícil que haya conseguido formar un colchón de ahorros con sus ingresos anteriores para seguir viviendo con un mínimo de dignidad hasta que encuentre un nuevo empleo, y porque no hay seguros privados capaces de hacer frente a esa eventualidad. Ha de ser, pues, una protección relativamente generosa, para que no conduzca a un estado de necesidad grave para el desempleado y para su familia. Pero si la generosidad es demasiado generosa, valga la redundancia, esto desanima al parado a buscar nuevo empleo, lo cual es ineficiente y de algún modo injusto para los ciudadanos que, son sus impuestos, le están financiando esa prestación de desempleo.
La tesis tradicional en estas situaciones es que el desempleado tiene poco interés en encontrar un empleo inmediatamente, y que ese incentivo se acelera conforme pasan los meses y se va acabando la prestación. Por eso el seguro es relativamente generoso al principio y reduce su generosidad conforme pasa el tiempo, hasta desaparecer totalmente al cabo de más o menos meses.
Pero esos autores han encontrado que la gente no se comporta de esta manera, sino que busca activamente al principio, cuando aún tienen fresca su experiencia como ocupados; se desaniman poco a poco, conforme pasa el tiempo y se van acostumbrando a vivir por debajo de su sueldo anterior, y vuelven a buscar aceleradamente cuando se aproxima el final del periodo de prestación. Esto implica que hay que realinear los incentivos del sistema con los de la persona.
Y cuentan la experiencia de Hungría, que en 2005 montó un sitema que empezaba con unas prestaciones altas durante los primeros 90 días, reduciéndolas rápidamente en los 180 días siguientes, para desaparecer al cabo de 270 días; la suma total pagada al parado era la misma que en el modelo tradicional, pero su distribución en el tiempo era diferente y más adecuada a los cambios en su motivación para buscar nuevo empleo. Los resultados fueron alentadores: la duración del desempleo se redujo y el coste para la seguridad social también, aunque este no era un objetivo explícito del nuevo programa.
De esta noticia saco dos conclusiones. Una: en políticas sociales ya ha sido probado casi todo, de modo que podemos encontrar experiencias útiles, más allá de la buena voluntad de los políticos, las presiones de las ideologías y las sugerencias de los economistas. Otra: conviene seguir pensando medios para mejorar nuestras instituciones sociales, al menos si son tan importantes como la protección de los desempleados, y experimentar para encontrar las que sean mejores en cada circunstancia.
Lo que está claro que hay que proteger al desempleado, pero tampoco hay que estar alimentando al gandul acomodado que no busca trabajo. Lo dificil es encontrar ese punto medio.