Hace unos días estuve en el tribunal de una tesis doctoral en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. La tesis la presentaba Alfonso Bárcena, y el director era Gonçal Mayos. Lo pasé muy bien, sobre todo a la hora del almuerzo (es una de las cosas buenas que tiene este oficio, en el que es costumbre que el recién doctorado pague una comida a los que han juzgado su tesis), durante una larga discusión con el ya doctor, el director y los miembros del tribunal.
El tema de la tesis era la macrofilosofía del capitalismo. En su exposición el nuevo doctor hizo una completa crítica del capitalismo moderno, con buena parte de la cual estuve de acuerdo. Aquí quiero solo traer un tema a colación: muchos años después del liberalismo tradicional, encabezado por Adam Smith, el capitalismo ha ido derivando hacia un sistema que fomenta la desigualdad, es demasiado individualista, da preeminencia a las finanzas sobre la economía real, genera crisis recurrentes, se preocupa demasiado de la maximización no ya del beneficio, sino de las rentas, que el propio sistema crea y explota; prima el rendimiento, precariza el trabajo… Y me pregunto: ¿es del capitalismo mismo la culpa o es de la modernidad y la postmodernidad en la que nos vemos envueltos?
La pregunta me la hice ya hace unos años, en un congreso cerca de París, y se la formulé a una profesora que había llevado a cabo una crítica como la que apunto más arriba. Su respuesta fue de sabor marxista: la culpa es del capitalismo. Mi respuesta fue y sigue siendo otra. Cuando vemos la evolución del capitalismo desde Adam Smith y más tarde desde la revolución industrial hasta el mundo actual, con los defectos antes señalados (y otros muchos, claros), me parece que estamos asistiendo al despliegue de la persona, de la sociedad y, por tanto, de la economía tal como vienen dadas por la modernidad y, más recientemente, por la postmodernidad. El individualismo, por ejemplo, no empieza en el siglo XX, sino que es mucho anterior. El predominio del beneficio no es un invento de los economistas marginalistas y de Milton Friedman, sino de la antropología latente en el ser humano de la modernidad. Y así con todo.
La cuestión es importante, pero la respuesta es, probablemente, menos importante, porque el capitalismo actual (en la tesis se identificaba con el neoliberalismo) es una forma de manifestación de la modernidad y de la postmodernidad. De modo que las soluciones no pueden consistir en la intervención del Estado (afectado tambien por ese pensamiento moderno y postmoderno), o en las actuaciones de los expertos (por la misma razón), o en la actuación política de la sociedad (otra vez, por la misma razón).
En el fondo, me parece que estamos ante un combate en dos frentes: el de las ideas (hay que criticar el concepto de persona humana y de sociedad contenido en esa modernidad, hoy tan generalizada) y el de la práctica. Y digo esto ultimo porque me acordaba, durante la defensa de la tesis, de una frase que dijo unos días antes un profesor en una reunión en Londres (de la que tendré que hablar otro día): no es literal, pero venía a decir que la compasión (no el emotivismo postmoderno) y el amor cambiarían el mundo.
Como todo en esta vida en el término medio se encuentra la virtud, liberalismo e intervención son dos maneras de poner en práctica políticas económicas que tienen que estar destinadas a entenderse.
Liberté, egalité, fraternité!
Ya hemos pasado por sociedades con el objetivo de libertad, hemos pasado por sociedades con el objetivo de igualdad. Ahora es el momento de buscar abiertamente la fraternidad, aunque sepamos que los nuevos equilibrios, podrían ser inestables si solamente se maximiza el beneficio económico individual.