La «mentalidad moderna» (no sé cómo llamarla) me llama cada vez más la atención. Debo estar chapado a la antigua, o ser un troglodita. Ya he comentado otras veces la actitud que vamos adoptando hacia el riesgo: no queremos correr riesgo alguno. Bueno, alguno sí, porque esquiamos como locos fuera de las pistas, cruzamos la calle sin mirar si viene un coche (¡si mi madre levantase la cabeza, que siempre me decía: antes de cruzar, mira a ver si viene un coche!) o saltamos en parapente. Pero otros riesgos no. Es lógico, es muy humano, ¿no? Pero, ¿cómo ha cambiado nuestra actitud hacia el riesgo?
Andrew Ward comentó en las páginas del Financial Times, hace unas semanas, un libro de Robert Aronowitz, titulado «Medicina de riesgo: nuestra búsqueda de la curación del miedo y la incertidumbre». Empieza contando una anécdota; en un hospital de Estados Unidos suelen poner a las madres embarazadas un instrumento que proporciona una monitorización continuada de los latidos del corazón del niño. Encantador, ¿no? No, porque las madres acaban con un sobresalto cada vez que los latidos cambian de ritmo, y si los sustos se repiten acaban en cesárea.
Lo que preocupa al autor y al comentarista del libro, y a mí, que tengo unos pobrísimos conocimientos de medicina, es la actitud de la gente ante el riesgo, que ha llevado a un vuelco en los cuidados médicos, que ha pasado de su tradicional papel en la lucha contra las enfermedades a convertirse en una obsesión por reducir el riesgo. Mi impresión, ya lo he dicho otras veces, es que no queremos que alguien de nuestro entorno corra riesgos que se pueden cubrir, aunque sean muy poco frecuentes y caros de cubrir, porque… ¡qué vergüenza, no supo proteger de ese riesgo!
El artículo añade que esto dispara los costes de la medicina, por innecesarias acciones motivadas por el deseo de incorporar una cierta seguridad a la aleatoriedad de los riesgos de la vida humana. Y esto favorece, dice, a la industria de la salud, que gana más dinero con tratamientos preventivos para todas las enfermedades que podemos tener, que son casi infinitas, que esperando vender sus productos a los pocos que acaben cayendo en esas enfermedades. O sea, corremos el riesgo -probable- de que no estén manipulando.
Y añade otro comentario, que es el que me preocupó más: «Aronowitz dice que esto refleja un aumento en la aversión al riesgo de las sociedades occidentales y una forma de ‘negación de la muerte’ que confiere caracteres de fe cuasireligiosa a la capacidad de las intervenciones médicas«. Quizás esto tenga que ver con la afirmación de algunos científicos de que seremos inmortales cuando consigamos guardar el contenido de nuestro cerebro en un ordenador. ¡Oh, cielos! Me parece que necesitamos volver a pensar quiénes somos (esos dirían probablemente «qué somos», no «quién somos»), y olvidarnos de la promesa, ya recogida muchas veces en este blog, de que elegimos lo que queremos ser. Bonita tesis para alguien que, para empezar, abrió los ojos al mundo sin que nadie le preguntase qué opinaba sobre el hecho de nacer, y que debió a sus padres todo, absolutamente todo, al menos hasta que vino al mundo y, probablemente, hasta que se independizó del hogar paterno.
Muy de acuerdo con que nos vamos haciendo cada vez mas dependientes de lo que nos proporciona la sociedad y si no lo hace nos sentimos inutiles.
Siempre tenemos el miedo de asumir responsabilidades.
Estoy de acuerdo, aunque quizás hay que diferenciar el riesgo calculado o que depende de uno mismo y que hay gente más o menos valiente que lo asume y el riesgo no calculado y que no depende de uno mismo. También hay que diferenciar entre hacer algo que implique un riesgo o, al contrario, que el riesgo lo implique no hacer algo. Como se escribe o se dice, «La conciencia del peligro es ya la mitad de la seguridad y de la salvación.»
Gracias.
Que gran artículo. Nuestra sociedad no quiere asumir ningún tipo de riesgo, ni los más pequeños, y eso es totalmente irracional.
Con independecia de las creencias de unos u otros, considero que en estos días que vivimos, el tener un referente moral que nos ilumine a la hora de tomar decisiones es básico.
No hay que llevarse exclusivamente por criterios “económicos” sino que hay que tener en cuenta la trascendencia de nuestros actos.
Quizás por olvidarse de esto -y por otros motivos- hemos llegado donde hemos llegado.
Gracias