Me preguntaba hace unos días un periodista si ha fracasado la política monetaria en Europa. Si por fracaso entendemos que no ha conseguido aquello para lo que fue diseñada, no ha fracasado. En su día, sus actuaciones extraordinarias y heterodoxas consiguieron evitar que la economía mundial, y la europea, y la española, cayeran en un gran depresión. Hicieron lo que debían hacer, unos antes y otros después, con más o menos audacia, y les salió bien. Felicidades.
Pero la política monetaria es una política de demanda, o sea, vi dirigida a impulsar la demanda agregada cuando, por cualquier razón, esta flojea. Habitualmente lo explicábamos diciendo que. si la demanda agregada pierde ritmo, el banco central baja los tipos de interés, esto alienta la demanda de crédito, los bancos conceden más crédito, el consumo y la inversión se recuperan… y ya está: se reanuda el crecimiento. Hay variantes, por ejemplo a través de los tipos de cambio, pero las cosas funcionan así. Esto no ha funcionado últimamente. Primero, porque no había tantos proyectos adecuados para recibir crédito: las empresas iban con cuidado. Y segundo, porque el balance de los bancos estaba tocado, por exceso de deuda. Y cuando miramos esto con detenimiento, seguimos encontrando familias fuertemente endeudadas (no todas, pero sí muchas), empresas endeudadas (idem) y gobiernos endeudados y, claro, países endeudados. Y una parte importante de esa deuda es poco solvente, por decirlo de forma amable. El balance de los bancos era y sigue siendo, en muchos casos, lastimoso; no están a punto para el concurso de acreedores, pero tampoco están para lanzarse a una generosa política de crédito. Por tanto, lo que hace el Banco Central Europeo no da resultado: más liquidez a los bancos no significa más crédito al sector privado. Entonces, los bancos centrales se saltan a los bancos, en un intento de llegar directamente a los que pueden gastar: los gobiernos, cuya deuda pública no tiene coste y, además, la compra el Banco Central Europeo, y algunas empresas: es el quantitative easing.
La política de demanda tenía otra pata: el gasto y los impuestos, es decir, la política fiscal. Otra vez su objetivo es recuperar la economía ante un bache transitorio. Keynes lo explicó de manera gráfica: si hay parados, contratemos a uno para que abra zanjas y a otro para que las cierre; al final, no habremos conseguido gran cosa, pero hay dos personas más que mantienen el empleo, compran, gastan… y la economía se recupera, con la esperanza de que dentro de poco esa gente consiga otro empleo y dejemos de necesitar la política de obras públicas. Problema: la política fiscal tampoco resulta ahora, porque los gobiernos están demasiado endeudados, porque la colocación de su deuda depende demasiado del banco central, y porque la experiencia de las obras públicas anteriores (trenes de gran velocidad a ninguna parte o aeropuertos sin aviones) no es demasiado halagüeña. En todo caso, la política fiscal no funciona sin el apoyo de la política monetaria: podemos tener déficit alto sin que se nos eche a perder el presupuesto porque los tipos de interés de la deuda pública son cero o negativos. porque el Banco Central Europeo está comprando deuda pública española.
Recapitulo. La política monetaria hizo lo que sabía hacer, y lo hizo bien, razonablemente bien. No puede ir más lejos, porque hay un problema de deuda, o sea, de balances: los balances de muchas familias, empresas y bancos no están para que aumente el endeudamiento; el dinero creado por el banco central acaba perdiéndose en el desierto. La política fiscal no va a ir más lejos, entre otras cosas porque sigue siendo una política de demanda, a corto plazo. Un país puede -y debe- tener déficit transitorio si sufre una catástrofe (el tsunami japonés o el huracán Katrina), o si sufre una recesión transitoria (los parados keynesianos abriendo y cerrando zanjas). Si el problema es más duradero, el déficit no es la solución ni, como acabamos de ver, la política monetaria: un país relativamente pequeño como España no puede vivir por encima de sus posibilidades de manera indefinida, a no ser que sea atractivo para los capitales del mundo, es decir, porque sus perspectivas de crecimiento sean muy buenas en el largo plazo. En los años ochenta y noventa lo fuimos; por eso nuestro déficit por cuenta corriente era sostenible, al menos en líneas generales. Hoy no lo somos ya. Por eso hemos de mirar la situación de la oferta: capacidad productiva, formación de la mano de obra, reciclaje de parados, política de ciencia y tecnología, dinamismo laboral, movilidad de recursos (¡oh, la comodidad de quedarse en casa protegido por el seguro de desempleo y, dentro de poco, por la renta mínima en cualquiera de sus variantes), competencia (algo que está siendo bastante raro en algunos sectores de la economía española), costes de creación de empresas… La política monetaria no puede funcionar porque no se dan las condiciones que estaban implícitas en nuestro modelo, cuando esa política sí funcionaba hasta hace unos pocos años.
Yo creo que es un fracaso rotundo
Coma le decía profesor, el problema es no entender la contra-relación (lo que explico en mi libro con toda claridad pero es un tema difícil, no lo niego). Se está dando al César lo que es de Dios. Y nos hemos quedado con «mal de muchos consuelo de tontos».
Esto está pasando en todos los campos, por eso lo digo, por ejemplo Hawkins el de la física se asusta con la «inteligencia» ¿artificial? (imposible de existir diría Artigas). Y Hawkins sabe que las contra-relaciones son la base para usar los números. Pero confunde la mente con el cerebro. ¿Por qué ocurre esto? La culpa es de otro dicho a más bien definición de Aristóteles: somos animales racionales y esto tampoco es cierto. Somos Espíritus Temporales. Si nos quedamos en lo animal en vez de amor entendemos sexo, pero si vamos más allá damos al César lo que es del César.