Bajar la política a un nivel más bajo no quiere decir degradarla, devaluarla (ya está bastante devaluada, la pobre), sino hacerla desde posiciones más próximas al ciudadano. Hay muchos problemas que afectan a las personas y que no pueden resolverse desde las alturas de las políticas nacionales, ni siquiera de las regiones o comunidades autónomas. La desigualdad se nota en la ciudad, en el barrio, porque la otra punta del país nos cae demasiado lejos. La movilidad social la percibimos en el vecindario. Los inmigrantes se integran o no en nuestro pueblo. Y la contaminación la sufrimos en nuestras calles; lo que pase en Shanghai es noticia de periódico, pero no nos saca a la calle a protestar. ¡Claro que necesitamos políticas nacionales de igualdad y pobreza, de integración y medioambiente! Entre otras razones, porque el caciquismo y la compra de votos se gestan en el gobierno local. Pero esas políticas deben tener un amplio margen de ajuste a nivel local. Fíjese el lector en la diferencia entre una política de austeridad en la que usted le dice al gerente de un hospital que todas las partidas de gasto se reducen a partir de ahora un 10%, y otra en la que usted le dice que sus ingresos totales se van a reducir un 10% y que a usted le toca decidir cómo repartirlo entre las diversas partidas.
El problema es que los gobiernos a niveles superiores se resisten a perder poder de decisión hacia niveles inferiores, entre otras razones porque más abajo se ven las cosas de otra manera, lo que resta poder a la cúpula. Los silos, los compartimentos estancos, suelen estar en las alturas. Bueno, la vieja política necesita una reforma, que no acaba de llegar. Y repensar la distribución de competencias formaría parte de esa reforma.
Parece que los países más descentralizados (no a nivel regional, sino bajando hasta el nivel local) se comportan mejor en términos de crecimiento, resultados educativos, integración social e igualdad (la OECD dixit). El crecimiento es más inclusivo, cuando uno está más pendiente de lo que pasa en el barrio de al lado que de lo que pasa en China.
Además, la centralización no habla el lenguaje de la gente, en un mundo más conectado. Y la descentralización permite gobiernos más confiables, responsables, informados e innovadores. Los servicios públicos, que son los que el hombre de la calle percibe, funcionan mejor. ¡Ah!, y a niveles inferiores es más fácil que la sociedad civil se implique: a todos nos importa mucho que el alcalde de nuestro pueblo no sea corrupto, pero quizás no estaremos dispuestos a mobilizarnos por la corrupción a nivel nacional, más allá de quejarnos.
Me parece que ya vamos un poco tarde para darle la vuelta. Y cuando alguien plantea ideas diferentes se alzan voces que atemorizan con el «coco» anti sistema. Me temo que todas estas muestras de esfuerzo anti corrupción o ,según mi opinión, cabezas de turco, no son más que una cortina para tapar a los verdaderos artífices de la situación actual. No creo en políticos buenos o malos, sus cargos son lo que los hace descarrilarse de sus ideas revolucionarias o su afán de cambiar a mejor.
Interesante desconexión entre lo micro y macro. Ya se ve la importancia de saber dónde conectan, que reside en la contra-relaciones. Matemáticamente es difícil por las implicaciones en que se cae: tener en cuenta los pseudo-escalares, las generalizaciones de Stokes, etc.; pero vale la pena el esfuerzo porque se detectan (las conexiones y las des-conexiones, digo).