En una entrada anterior prometí que seguiría con el tema de qué es la ética. Ahora quiero señalar cómo se entiende la ética, a menudo, en nuestra sociedad, a la que otras veces he calificado de individualista, utilitarista, materialista, emotivista y otras lindezas por el estilo -y así nos va, porque esos calificativos no son lo más adecuado para definir la ética.
En lo externo, la ética se valora, frecuentemente, por sus resultados. ¿Esto me permite disfrutar de mayor salud en el futuro? ¿Sí? Pues es bueno… aunque por en medio produzca daños irreparables a otras personas, sobre todo si no las conozco, o no es seguro que les vaya a pasar esto. Esto tiene mucho que ver con los caracteres de aquella sociedad y, en concreto, con su antropología, su concepción de la persona: la persona vale por lo que hace, por los resultados, no por lo que es. «Tanto tienes, tanto vales», dice el refrán. De ahí nuestro esfuerzo por tener más, por ganar más, por subir más…
En lo externo también, a menudo la ética se valora por su conformidad con la ley. ¿Es legal? ¡Ah!, entonces se puede hacer… Hemos convertido la ética en un serie de criterios abstractos, principios generales como «cuidar el medio ambiente» o «favorecer la diversidad», principios que difícilmente podemos aplicar en los casos concretos, de modo que miramos al legislador y le preguntamos: ¿qué dices tú sobre esto? ¿Se puede hacer o no? La ley se ha convertido en criterio de moralidad. O la opinión pública. Ambas son cambiantes, claro. Y esto nos lleva a dos conclusiones: la ética no es algo fijo, sino cambiante; no hay reglas claras, dependen de uno mismo. Por eso necesitamos la referencia externa del legislador, o de la opinión pública. Y, como todos tenemos criterios distintos, lo bueno o lo malo cambia con el tiempo, con las circunstancias y con la opinión pública, que ya sabemos que es manipulable. Así vamos creando nuevos preceptos: prohibido fumar, hay que reciclar, trate bien a los animales… que vienen a sustituir a los viejos principios.
Y, en lo interno, el criterio es «sentirme bien»: esto «me parece bien», el «me gusta» de las redes sociales. Luego esto se puede hacer. Me parece bien que no se maltrate a las mujeres. Me parece bien que se expulse a los inmigrantes de nuestro país. Tampoco parece un criterio sólido, ¿verdad?
Lo dejo por hoy, porque ya he creado demasiada confusión, Seguiré otro día.
Como usted sabe profesor, soy limeño y debo agradecer a nuestro Arzobispo Juan Luis Cipriani (quien seguramente lo recibió de San Josemaría, pero como no lo sé no quiero restarle mérito) que la envidia siempre fue envidia desde Cain y Abel y así, muchas cosas que no se aprecian porque se consideran normales, son inmutables. Que el relativismo ético no existe. Lo que existe es muy mala memoria y coas por el estilo. Gracias por sus posts, sobre todo en estos temas tan mal-tratados.