Vuelvo a la pregunta que me hice al principio de esta serie: ¿qué es la ética? Pero no voy a entrar en definiciones, sino en ámbitos: la ética de las acciones versus la ética de las personas. La primera es la business ethics tradicional: el profesor entra en clase y pone un ejemplo impersonal e intemporal en la pizarra: ¿se puede pagar una soborno a un funcionario o a un político para conseguir un contrato público? La clase, discute, maneja principios, alguien dice que la ética no se puede aplicar, que nadie la tiene en cuenta, otro se pregunta por lo que dice la ley… Lo que nadie suele preguntarse es: ¿puede ese directivo egoísta, preocupado solo por los beneficios de su organización y por su remuneración, displicente con sus empleados, pagado de sí mismo, convencido de que él sabe lo que es bueno y lo que no… tomar la difícil decisión de no pagar, cuando esto va a suponer perder un buen negocio, tener que anunciar una reducción de beneficios, quedar mal ante su consejo de administración y correr quizás el riesgo de que los headhunters piensen que es un directivo débil, incapaz de poner a su empresa en el top del ranking de rentabilidades?
En teoría, cada acción es una acción única, que se valora de acuerdo con unos criterios abstractos, objetivos y comunes a todos. En la práctica, es poco probable que esto pueda funcionar. No por mala voluntad, sino porque ese directivo no «verá» las consecuencias de pagar el soborno; no se dará cuenta de los procesos de aprendizaje moral que ese pago pone en marcha, en su entorno (colaboradores, empleados) y en él mismo; no se le ocurrirá buscar alternativas y las valorará de acuerdo con el único criterio de que conoce, el de la maximización del beneficio… Si llega a la conclusión de que no hay que pagar el soborno, será, probablemente, porque tiene miedo de la denuncia y la multa, o porque sabe que los periodistas rastrearán sus operaciones y pueden denunciarle en los medios, o porque quiere quedar bien con aquel accionista activista que, en la junta general, se levantará para pedirle explicaciones por el pago que hizo… En todo caso, no actuará por ética, sino por conveniencia. Y su buena decisión no le servirá para aprender a actuar bien en el futuro.
Ya se ve que estoy apuntando hacia otra manera de entender la cuestión de la ética: no se trata de tomar buenas decisiones, sino de ser un buen directivo: en lo técnico, en lo relacional y en lo moral. Porque, si lo es, se dará cuenta inmediatamente del problema ético que tiene delante, lo diagnosticará bien, buscará alternativas y, como el tema le preocupa mucho, buscará muchas alternativas; escuchará a otros y pedirá consejo; encontrará criterios válidos para juzgar las alternativas, más allá de la maximización del beneficio a corto plazo; y tendrá la fuerza de voluntad necesaria para poner en práctica lo que haya decidido como lo mejor.
Ya se ve que me gusta más esta segunda alternativa, ¿no? Bueno, para los que trabajamos en una escuela de dirección, lo importante no es enseñar a los participantes en nuestros programas a hacer buenos juicios morales en los casos difíciles, sino a ser buenos directivos, buenas personas, que saben identificar los problemas, tomar las decisiones adecuadas, enseñar a otros a hacerlo, sentirse responsables de sus decisiones ante sus accionistas, sus colegas, sus clientes y proveedores, sus empleados, sus inversores y la sociedad en general. En definitiva, lo que define el carácter del ejecutivo.
Estimado profesor,
Pero entonces, la respuesta a la pregunta puede cambiar según la circunstancia y la singularidad de la situación? Pues en estas condiciones no parece que pueda alcanzarse un cuerpo de conocimiento muy sólido para la ética.
Comparando con otras ciencias, sería como decir que la propiedad conmutativa se cumple en algunas condiciones y en otras no, y cada situación se considera de manera singular y específica. Me parece que no estoy entendiendo nada
Oscar: los principios son universales, me parece; por eso la ética es única. Pero la aplicación de esos principios puede ser, y es, distinta en unos casos y otros. No se puede corromper a un funcionario en el ejercicio de su cargo, para que haga algo contrario o lo que señala la ley, la ética y las buenas prácticas de su profesión. Pero si regalarle un par de botellas de buen vino es un acto de corrupción o solo una forma de manifestarle agradecimiento, sin mayores pretensiones, dependerá de las circunstancias. Y, sobre todo, la valoración moral de la decisión dependerá de la intención del que hace el regalo, y eso solo puede determinarse en el acto concreto. Desde fuera podemos decir que el regalo puede ser, o parece ser, una soborno, pero no podemos ir más allá. Volveré sobre esto otro día; gracias por el comentario.