En una entrada anterior me referí a la sabiduría que C.S. Lewis mostró sobre el ser humano, poniéndola en la pluma de un diablo a su sobrino. Hoy quiero referirme a otro ejemplo de sabiduría, esta vez en boca de animales, tal como se lee en «El libro de la selva», de Rudyard Kipling, publicado por vez primera en 1894. Kipling no podía saber mucho del habla humana de los animales, pero sí sabía mucho de los seres humanos.
Uno de los muchos mensajes del libro es que hay una serie de reglas y leyes que están ya en vigor cuando nacemos, y que tienen por objeto protegernos. Hoy en día pensamos que esas tradiciones no tienen mucho sentido, para nuestra mentalidad científica, progresiva y orientada al futuro. Pero no es verdad. Si comparamos el entorno en el que nace un niño humano con el de los animales, incluso de los que más se parecen a nosotros, las diferencias son enormes. Traduzco de lo que dice una profesora de psicología de la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos: «una atención tranquilizadora después del nacimiento; años de lactancia materna a demanda; cuidadores receptivos y reconfortantes; contacto presencial casi constante; juegos libres y autodirigidos con distintos compañeros durante mucho tiempo; generoso apoyo social en la vida diaria; muchos cuidadores adultos y responsables; ausencia de coacción…» Bueno, quizás esto no se aplique a todos los niños, pero sí a muchos, incluso en ambientes donde la pobreza y la enfermedad están omnipresentes. La consecuencia, dice esa profesora, es que los niños criados en ese entorno son generosos y autónomos: «se mueven con, no contra, otros y el resto de la naturaleza». Y añade: «la virtud es parte del desarrollo y de los requisitos para la supervivencia». Y apunta a algo que es realmente importante: los niños que crecen en un entorno distinto «son de una naturaleza humana diferente, más centrados en sí mismos, que reaccionan al estrés y son más imprudentes». «Cuando no se les proporciona el nido adecuado, no nos debe sorprender que acaben siendo individuos y grupos que más parecen homo oeconomicus o de una moralidad agresiva». | ||
En una reunión de expertos a la que asistí hace unos meses, organizada por la Home Renaissance Foundation, en Londres, uno de ellos explicó cómo el entorno negativo para los hijos condiciona de manera importante toda su vida, porque no solo cambia su conducta exterior, sino la misma configuración de su cerebro. | ||
Vuelvo a Kipling. La presencia de Mowgli, el niño abandonado en la selva, es un reto para los animales que le rodean, y para él mismo, que descubre su propia creatividad y su natural curiosidad. Los animales son animales; Mowgli es diferente. Lo que Kipling parece querer decirnos es que no estamos solos en la lucha por aprender a vivir como humanos, pero que debemos reconocer las leyes no escritas, cuya observancia hará nuestra vida más placentera, y más segura. |
Buena refelexión, los niños bien formados son futuros buenos hombres.