La crisis de hace unos años ha dado nuevas fuerzas a la ola de anticapitalistas, que siempre han existido, pero que se vieron relegados a posiciones muy minoritarias a raíz de la expansión de los años anteriores y la caída del Muro de Berlín. Las críticas al capitalismo son muchas: la desigualdad en la distribución de la renta, el incumplimiento de las expectativas de muchos ciudadanos, el papel de las grandes empresas frente al Estado y a los ciudadanos, la «financialización» de la actividad económica (el peso del sector financiero en el producto interior bruto, la extensión del mercado a áreas en las que antes no estaba presente, la autonomía de la función financiera de la empresa respecto de la producción de bienes y la creación de empleo), la ruptura del «contrato social» básico y la queja de las clases medias de que «hicimos lo que nos dijeron que debíamos hacer, pero no nos ha servido de nada»…
Lo que llama la atención es la deserción de muchos, que se vieron favorecidos por el auge del libre mercado. Me parece que sigue siendo verdad que la economía de mercado es mejor que cualquier planificación, a la hora de impulsar la eficiencia y el crecimiento: si es esto lo que queremos, el capitalismo sigue haciéndolo mejor que sus alternativas. Pero parece que queremos otras cosas. Los resultados económicos no son lo más importante. Me parece que el sistema capitalista no ha sabido encontrar unos principios filosóficos y sociales sólidos, capaces de atraer a los ciudadanos. Seguir insistiendo en la dimensión económica ya no es atractivo: el utilitarismo, que ha sido siempre lo que los economistas proponemos, no es lo que mueve a la gente, en un mundo afectado por la globalización, la desigualdad, la incertidumbre, los conflictos y el malestar. Milton Friedman trató de hacer frente a este problema, señalando la dimensión moral de los mercados libres, que permiten el desarrollo de la libertad de elección, mejorar el nivel de vida y de consumo… Pero esto ya no mueve a la gente. Bueno, tendremos que hablar más de este tema.
La decepción vino por el lado de los controles. Al principio se supuso que eran para darle más libertad al libre mercado pero por tener que reflejarse en un número: impuesto, comisión o lo que sea; se hizo muy arbitrario. Era como pasar del realismo al nominalismo por no entender la confusión entre ideas generales y conceptos. Los números no deben, no pueden, ser arbitrarios; profesor. Su naturaleza co-contra-variante los independiza de las referencias políticas, como debe ser.