Una carta al editor del Financial Times, publicada en la edición en papel del 10 de octubre, llamó mi atención. Se trata de una «protesta» contra una frase de Theresa May, la primera ministra británica, que se oponía a los «ciudadanos del mundo» que estaban en contra del Brexit: «Si crees que eres un ciudadano el mundo, eres un ciudadano de ningún lugar. No entiendes lo que significa ser ‘ciudadano'».
El autor de la carta, Jem Eskenazi, argumenta que «cualquiera con una onza de inteligencia entiende que el cambio climático, la contaminación o las epidemias no conocen fronteras; que la pobreza extrema en una región tiene implicaciones para la estabilidad de todo el mundo; que el terrorismo es un problema global que exige soluciones globales; que las guerras no las empiezan los ciudadanos del mundo sino personas de mente estrecha con una confianza ciega en su propia superioridad; que algunas de las grandes mentes de cualquier sociedad son descendientes de inmigrantes o refugiados«.
No quiero entrar en la polémica entre el Sr. Eskenazi y la Sra. May, entre otras razones porque ninguno de los dos se interesarán por mis puntos de vista. Me parece que necesitamos visiones equilibradas: mi personalidad, mis intereses y mis ilusiones se forjaron en la casa de mis padres, una casa que tenía puerta para aislarnos del exterior, pero también para salir al exterior desde la intimidad y la protección de sus cuatro paredes. Lo que nos define como ciudadanos del mundo no es el carácter global de nuestros problemas o de nuestros intereses, sino el carácter global de nuestra humanidad, que empieza en mi casa y en mi barrio, pero todavía continúa presente cuando llego al otro extremo del mundo. El autor de la carta añade: «ser ciudadano es tener una visión equillibrada de los intereses de su familia, su barrio, su ciudad, su país y su mundo». O sea: procuremos usar menos armas arrojadizas.
No se podría haber explicado mejor con tan pocas palabras. Los problemas globales de hoy en día existen porque también existe un interés en ellos, y hacen que el mundo sea lo que es hoy. O mejor dicho, hacen que el hombre sea como es hoy.
El consumo nos tiene atolondrados, y lo peor es que no nos damos cuenta que esa sed es la que provoca que el dinero esté por delante de las personas.
Ojalá algún día la humanidad se comporte como lo que es, seres humanos.