En una entrada anterior explicaba la actitud de muchos ciudadanos de no creer en la posibilidad de conocer la verdad, que les lleva a lo que Rafael Alvira llamaba una «conciencia perezosa», que acaba en los totalitarismos. Bien, pero, ¿puede abrirse camino la verdad?
Ante todo, hemos de resrtir de un hecho: somos seres limitados, y no podemos conocerlo todo, ni entenderlo todo, de modo que nuestra posición será siempre de una incómoda aproximación a una verdad que nunca alcanzaremos del todo. Pero en lugar de tirar la toalla, como hace los «perezosos», está el esfuerzo y el diálogo. Insisto en que no es fácil, porque necesitamos verdades «gordas» y, como buscarlas es incómodo, nos quedamos con las que nos dan nuestros padres, o nuestros filósofos predilectos o nuestros políticos. Por eso, la búsqueda de la verdad es una tarea fatigosa, que debe llevarse a cabo en equipo, con un diálogo abierto.
Pero aceptar el diálogo exige aceptar el pluralismo: tenemos perspectivas distintas, yo no las conozco todas, y he de contrastar mis ideas con las de otros. Recuerde el lector la historieta del elefante descrito por un conjunto de ciegos: es una pared rugosa (la panza), decía uno; una columna fuerte (las patas), un gusano grueso (la trompa), un gusano fino (la cola)… Lo que esos «investigadores» necesitaban era el diálogo (¿cómo puede ser que sea a la vez una pared, una columna, un gusano…?) y una idea amplia que permitiese ese diálogo (supongamos que es un ser vivo, que tiene patas para moverse, que es muy grande y tiene una panza grande porque ha de comer mucho…).
Pluralismo no es relativismo ni pasotismo. Si estamos dispuestos a discutir es porque estamos mas o menos convencidos de que debe ser una pared y una columna, pero ambas cosas, o sea, que hay una verdad que está por encima de lo que tú has tocado y lo que yo he tocado… Si no admitimos esa verdad, entonces lo único que queda es otra forma de pasotismo (bueno, no sé qué es un elefante, estoy lleno de confusiones…) o de totalitarismo (es una pared porque lo digo yo, que tengo la autoridad y el poder, y ¡a callar!). Si todo vale… nada vale.
Esa es, en definitiva, la tarea de la Universidad. Pero, sinceramente, tengo dudas profundas de que estemos trabajando para lograrla. Lamentablemente, ahora se piensa muchas veces que el diálogo es una forma de dominación, a poder… y se sustituye por la prohibición del diálogo, por la creación de tabús ideológicos que no se pueden, no se deben tratar en la Universidad. O sea, otra forma de totalitarismo: como no podemos llegar a la verdad, prohibamos hablar de eso, porque puede herir susceptibilidades. Y las hiere, claro: porque ponerse a discutir los temas importantes de la vida significa que debo admitir, aunque solo sea como posibilidad teórica, que yo estoy equivocado. Y esto revuelve las tripas de muchos.
Estimado profesor, Genial.
Lo que plantea es una cuestión tan contundente como conveniente de insistir sobre ella. Se trata de romper la espiral a la que nos conduce la hiperespecialización (saber mucho de muy poco) y abrirnos en el ámbito universitario a trabajar interdisciplinariamente, al diálogo fecundo. El método no puede ser el analítico sino un método reunitivo, que vincule los saberes y nos vincule entre nosotros. En la empresa es imperioso que la veracidad en nuestra comunicación abra la posibilidad de generar interrelaciones de colaboración, de camaradería, de equipo, de ideales de emprender. Sin duda hay que romper la barrera de la pereza (por cierto bastante imbecil) y aceptar a los demás como distintos y salir de la cápsula cerrada de autosuficiencia (cuasi narcicismo) que no acepta una idea distinta o un error (cinismo).
Por tanto si a veces la impresión es que no se quiere dialogar o que a los demás le revuelve las tripas es importante que no cejemos en el empeño. Es un cauce que abre nuevos senderos, nuevas posibilidades, y a más a más, saldremos de este encapotamiento que en ocasiones notamos que oprime. GRACIAS
Fabuloso! ¿Coincide con el movimiento circular aristotélico, corregido por Polo, de casualidad? Yo recalco la parte de la contrastación que, como proceso temporal, es contravariante. Esta fue la propuesta que culminó en la relatividad y la quántica, pero sobre todo, en la revisión poliana de las matemáticas de Gödel que desencadenaron su revisión circular.