Hace unos días participé en la Asamblea General Ordinaria de Socios del FC Barcelona (el Barça, como se le conoce habitualmente), como miembro de la Comisión de Control y Transparencia. Lo pasé muy bien, y aprendí muchas, entre ellas la que os quiero contar aquí. En el orden del día se planteaban temas difíciles, como la aprobación de una prórroga de un año del contrato con Qatar Airways como sponsor del Club.
Las posturas de los socios oscilaban entre el rechazo total y absoluto de la esa fundación como patrocinador del Club, hasta la aceptación resignada de los que consideraban que, efectivamente, no era el tipo de patrocinador que el Club deseaba, pero no quedaba otro remedio que aceptarlo, porque las cuentas del Club necesitaban el dinero que la fundación aporta. O sea, todos los que hablaron, que fueron muchos, estaban de acuerdo en el principio, pero no en su aplicación.
El principio no lo enunció ninguno de los que hablaron, pero me parece que podría presentarse como «no es ético que una fundación que lleva el nombre de un país fundamentalista, no democrático, que forma parte de una coalición de países que está provocando guerras y matanzas en el Próximo Oriente y terrorismo en todo el mundo, que desprecia los derechos humanos, maltrata a las mujeres y a los inmigrantes, etc., figure en la camiseta del Club». O sea, en términos de la ciencia ética, un caso de colaboración con el mal. Unos aceptaban ese principio sin más; otros lo ponían ante otro principio, quizás no ético, pero sí práctico: el Club necesita ahora ese dinero, y no puede tomarse el lujo de prescindir de él. Probablemente, lo veían como un mal menor. En términos éticos sería una acción en principio buena, con doble efecto, malo y bueno. Y la ciencia ética tiene ideas para tomar decisiones en esos casos, pero nadie las manifestó en la reunión.
No entro aquí en cómo deberían juzgar esa acción los directivos del Club, porque me falta información: no todas las colaboraciones son iguales. Yo puedo prestar mi pistola para que un facineroso mate a alguien; puedo dejarla olvidada encima de la mesa y él la toma y mata; puedo guardarla en un cajón pero dejarlo abierto, o cerrarlo pero él rompe la cerradura…. Pero yo sacaba dos conclusiones de esa discusión (aclararé al lector que ganaron los partidarios de continuar el contrato por otro año más, con alrededor del 60% de votos).
La primera: intentar tomar decisiones a base de principios éticos es muy complicado, porque casi siempre encontraremos consecuencias buenas y malas, y los principios no nos dan medios para salir de la perplejidad, sobre todo si se exageran los argumentos, no se aportan datos, no se distingue entre hechos y opiniones y se deja que los sentimientos y emociones campen por sus respetos en la discusión. O sea: si el lector quiere tomar decisiones a partir de principios o normas éticas, debe tener un procedimiento para salir de las situaciones de bloqueo que se plantean cuando alguien se opone a una determinada solución «por principio». En ética, el tema de las acciones de doble efecto está ya muy explorado.
Y otra conclusión: conviene que la ética se apoye en tres patas: los principios o normas, los bienes o valores, y las virtudes. Los primeros nos ayudan a entender que ciertas decisiones nos deterioran moralmente; los segundos nos señalan que hay ciertos objetivos que son los que nos tienen que mover, y las terceras, las virtudes, nos enseñan que la formación del carácter es necesaria para entender lo que pasa, cuál es su dimensión ética, cuáles son las soluciones posibles, cómo valorarlas, cómo decidir bien y -muy importante- cómo tener la fuerza de voluntad necesaria para poner en práctica la buena decisión, que no suele ser la más agradable.