Leí hace unos días una entrada en un blog conservador norteamericano que me llamó la atención. Explicaba la reacción de muchos jóvenes en países ricos que estaban desolados por la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos. Bueno, esto le ha pasado a mucha gente, pero lo que me llamó la atención en esos jóvenes es que no se creían lo que había ocurrido, se reunían en grupos sentados en el suelo para llorar, algún profesor había cancelado un examen porque sus alumnos no estaban en condiciones de acudir a la prueba, en Suecia había abierto lineas de teléfono de ayuda para chicas que se sentían maltratadas por el resultado de la elección, porque, claro, Trump trata tan mal a las mujeres…
La entrada en el blog era, me pareció, dura: «una generación entera es incapaz de aceptar que algo o alguien no haya actuado del modo en que ellos actúan». «Nos hemos convertido en un mundo en que los sentimientos cuentan mucho más que todo lo demás. Mis sentimientos han sido heridos y, en vez de tirar de mí mismo y superarme (…) necesito que todos en el mundo acepten y justifiquen mi existencia y me hagan sentir mejor». «El problema con este enfoque sentimiental es que la lógica sale por la ventana, y es frustrante ver la hipocresía que esto lleva consigo«. «Hemos creado una generación que actúa como si se le debiera algo por el solo hecho de existir». «Parecen creer que sus opiniones son las únicas que cuentan y, cuando alguien les lleva la contraria de cualquier modo, gritan que estan jugando sucio con ellos«.
He mencionado otras veces mi preocupación por este emotivismo, que veo no solo en muchos jóvenes, sino en bastantes adultos. ¿Por qué se ha producido? La autora de la entrada que comento lo atribuye a los social media y a la generación de los años 70 a 90, que, al llegar a mayores, decidieron que no querían que sus hijos creciesen como ellos, y les protegieron de todo lo que podía ser dolor, pérdida o dificultad. ¿Error en la educación? Puede que sí. También me parece que puede haber aquí una enorme inseguridad. Les hemos dicho que la verdad no existe, que el ser humano es el dueño de su destino, que la violencia se erradica con mano dura… y cuando se enfrentan con la realidad de que ahí hay muchas mentiras, de que el dolor es inevitable, de que los que así se han formado han perdido su capacidad de sobreponerse a las dificultades, se niegan a creerlo y no quieren ni siquiera oir hablar de ello, porque no tienen armas para defenderse: no saben qué hacer, y necesitan que les aseguren que eso no existe. Quizás por eso la autora de la entrada que comento, una canadiense madre de cuatro hijos, dice que, cuanto se les lleva la contraria, «se lamentan de que han sido víctimas de rampante homofobia, racismo, sexismo, ageismo [no lo había oído nunca, a pesar de que yo debo ser el que lo practica] y de cualquier otro ismo que se les ocurre para acusar a otros».
O sea: me parece que no estamos hablando de una histeria de adolescentes, sino de una manera de ver el mundo que deja inermes a los que se encuentran en esa situación.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Veo que el artículo tiene bastante razón pero no me parece que la comparación sea la más adecuada, sin duda el señor Donald Trump parece ser una mala noticia para todos los que van a favor del progreso y la libertad, no obstante, como siempre, el tiempo será el que ponga las cosas en su lugar..
Buen artículo, un saludo!
Muchos «no se creían lo que había ocurrido». Y gracias a Dios es natural. Y gracias a Dios también la mayoría de personas con el tiempo y gran sacrificio ha evolucionado en sus ideas y ha interiorizado valores que no hace mucho eran practicados por muy pocos. Por tanto al aparecer de pronto el «triunfo» de una inesperada amenaza de retroceso a una política chabacana, choca con el sentimiento moral de la mayoría de personas que creía ya vivir en un mundo que suponían tenía valores más avanzados y una ética más arraigada. No es que haya personas «incapaces de aceptar que algo o alguien no haya actuado del modo que ellos actúan», simplemente son personas incrédulas y frustradas por el retroceso de los valores en que creen y que están viendo que amenazan con liquidar.
Como nos decía en sus clases el profesor Polo, el sentimiento es el sistema realimentador y por ello un sub-sistema de la persona. Cuando se convierte en el sistema llamado persona, se pierde panorama tanto de uno mismo como de la sociedad que lo rodea. Es algo así como no poder distinguir entre medios y fines