Se está hablando mucho de la era de la postverdad, a raíz, por ejemplo, de los listados de mentiras del presidente electo Trump en sus discursos durante la campaña electoral en Estados Unidos. Claro que el problema es muy anterior, y va mucho más lejos. El Financial Times del pasado 9 de diciembre recogía la noticia de un artículo en el que el director de la oficina de estadísticas de China se quejaba del fraude y la falsificación de las cifras de su propia oficina. Y, claro, se me ocurrió que la respuesta a esa queja era obvia: la mentira, dirán algunos, nos sirve; eso es todo.
Pero esta respuesta probablemente no sirve al estadístico chino. Primero porque a partir de cifras falsas, lo más probable es que se tomen decisiones equivocadas. Segundo, porque una mentira lleva a otra: si rebajamos la tasa de inflación del mes pasado, no podemos publicar la verdadera el me que viene, de modo que, poco a poco, la mentira se irá haciendo más grande, y en algún momento habrá que corregirla -lo cual no preocupa a los mentirosos de ahora, porque ellos ya estarán en otro lugar cuando la mentira se descubra. Y tercero, porque la mentira, incluso la posibilidad de que haya una mentira, crea desconfianza. Y, claro, algún día la gente se hartará de mentiras.
La solución del experto chino es, lógicamente, «fortalecer el liderazgo del partido» comunista chino, porque ese es el «fundamento de que el estado de derecho sea bueno». Mal vamos, si no estamos dispuestdos a reconocer que la razón más importante para las mentiras de los inferiores es la actitud de los superiores y el deseo de los primeros de no incomodar a los segundos. Bueno, al final acaban teniendo razón los sabios pensadores del pasado que nos decían que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Y esto vale para los grandes países y para las aldeas pequeñas, las empresas multinacionales y el tendero de la esquina. El argumento puesto más arriba, de que la mentira es útil, reconoce las ventajas a corto plazo e ignora los altísimos costes en el largo plazo. Quizás la gente de siglos pasados, que tenía la conciencia de que la vida no se acaba en esta tierra, también decían mentiras, pero al final trataban de limpiar su hoja de servicios, cosa que nosotros no hacemos.
Es cierto. Pero ahora es así como funciona todo. Ciertos valores se han ido perdiendo con el tiempo, como la palabra y el compromiso. Pero es lo que hay, y en el fondo, a nadie parece importarle.
Coincido plenamente. Hay una parte que me gustaría incorporar y creo que es porque en el fondo, nuestras pequeñísimas economías personales se basan en una mentira diaria: la de números que no son ciertos sino ilusión numérica. Pagamos y cobramos con una moneda que sabemos está mal medida y no hacemos nada por justificarla en sus raíces. El final se veía venir ¿no?