Guardé hace tiempo, probablemente más de un año, una entrada de blog de Jeffry Frieden en Econbrowser, que explicaba las razones de fondo por las que existe la moneda única. Me gustó, porque yo había usado el mismo argumento con frecuencia. Explica Frieden que, con la teoría económica en mano, la moneda única es un desastre, como los premios Nobel Stiglitz y Krugman se encargan de recordarnos, con ocasión o sin ella, o mejor, con ocasión, porque… ¡hay tantas cosas que no funcionan en el Unión Económica y Monetaria! Prescindir de la la posibilidad de manipular la propia moneda y de llevar a cabo una política monetaria independiente tiene enormes costes, como la crisis financiera de 2008 se encargó de recordarnos.
Pero la moneda única cumple también otra función. «El valor de una moneda única consiste en animar a una mayor integración económica en Europa. El análisis económico tiende a reducir la importancia de ese argumento, porque la reducción de los costes de transacción es pequeña; al fin y al cabo, los mercados de divisas están muy desarrollados y es fácil protegerse del coste de una depreciación de la moneda (…) El euro es visto por muchos en Europa como un medio para un fin, y ese fin es una integración más completa de los mercados de bienes y de capital (y quizás también de trabajo)«. Claro que ahora lo de la integración de mercados de trabajo se ve como algo indeseable, y la de bienes como un mal, y la de capitales como el colmo de los desastres…
Y hay otra razón. «No está claro que un mercado único pueda mantenerse entre países que pueden manipular libremente sus tipos de cambio». De hecho, cuando el año 1992 saltó por el aire el mecanismo de tipos de cambio más o menos fijos, la necesidad no ya de reproducirlo, sino de pasar a la moneda única fue patente: «el sentimiento de que, si el mercado único debía sobrevivir, la integración monetaria era esencial, fue creciente».
La historia es la maestra de la vida. Otra cosa es que queramos aprender de la vida, o que las lecciones de la vida nos interesen. Mi sospecha es que si ahora saltase por los aires la Unión Económica y Monetaria europea, habría gritos de júbilo en unos cuantos millones de europeos. Y tardaríamos unos cuantos años en darnos cuenta de lo que habíamos perdido. No avanzaremos hacia la Europa de los ciudadanos, ni hacia una Europa de la cultura y del entendimiento, sino hacia una especie de guerra de todos contra todos. Y alguien, al cabo de unos cuantos años, llegaría a la conclusión de que no fue tan mala idea aquella de la moneda única…
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
La verdad que esto de la moneda única es muy bueno, un gran artículo yo pienso igual 🙂