El lector español ya sabe que la Ministra de Sanidad anunció hace unos días que los pensionistas tendrían una rebaja menor por el precio de los fármacos que compran. Se corrigió muy pronto, pero el debate ya está servido. Permítame el lector tomar este caso como ejemplo de algunos (muchos) males de nuestra política y de nuestra sociedad -y, claro, de nuestros gobiernos, que son hijos de esa sociedad.
El lector pensará que no tengo derecho a entrar en este tema, porque estoy ante un potencial conflicto de intereses: me interesa el bien común del país -el despilfarro en el uso de medicamentos, las incongruencias del sistema de salud pública, el alto déficit de la seguridad social y otros muchos problemas-, y mi interés como jubilado, de que no me hagan pagar más por las medicinas que tomo. De acuerdo en lo del conflicto, no en que no puedo hablar sobre el tema. Potencial conflicto de intereses no significa necesariamente parcialidad, mala intención o conducta sospechosa, del mismo modo que el director de personal de una empresa que se encuentra con el curriculum de un hijo suyo, que quiere entrar a trabajar en lesa organización, no es necesariamente un corrupto que va a saltarse las normas elementales de la moral y la justicia. Pero, como tiene el riesgo de hacerlo, debe adoptar las reglas previstas para el caso: no entrar ni de lejos en el estudio del caso, no participar en la decisión, dejarla en manos de otras personas (en concreto, de personas independientes o de los que están por encima de él en la jerarquía de la organización), hacer que se documente muy bien el caso, etc.
Bueno, pero además, en mi caso, no quiero defender a los jubilados, sino censurar la política que se está practicando en estos temas: porque se están adoptando soluciones parciales (una parte del gasto de un colectivo concreto) para problemas muy complejos, que van desde la organización del sistema de salud del país hasta el funcionamiento del sistema de pensiones públicas, y desde el tratamiento de las empresas farmacéuticas en el gasto público hasta los despilfarros en el funcionamiento de la sanidad y, claro, los agravios comparativos de unos y otros.
Leonardo Polo catedrático de la Universidad de Navarra, ya fallecido, decía hace veinte años que la aplicación de soluciones técnicas parciales a problemas humanos generales provocaba problemas de segmentación, por la falta de visión de conjunto; efectos perversos, que pueden aparecer en otros ámbitos, porque no somos capaces de ordenar los medios sin provocar efectos secundarios peligrosos, porque no hay unos principios incondicionados a partir de los cuales podamos desplegar la acción práctica, y porque no podemos garantizar la consistencia de nuestros proyectos descoordinados. Y, como consecuencia de lo anterior, un problema de anomia, el desánimo de quien no tiene pautas de actuación, sino sólo estímulos, y otro de entropía social, cuando las instituciones pierden su función.
Sí, ya sé que no es realista esperar que un gobierno adopte ahora una visión global de los problemas complejos, cuando la sociedad no quiere oír hablar de esa visión. Una característica de nuestra sociedad es que cada uno va a su bola, exige sus derechos, más aún, convierte sus deseos en derechos, utiliza ampliamente el argumento de «tú, más» (si todos roban, las medicinas deben ser gratuitas, ¿no? No lo digo yo; lo he leído en un periódico de amplia difusión, en boca de un jubilado) y, claro, no admite que mi problema no se arregle como yo quiero, porque haya otros que tengan otros problemas, u otras maneras de verlo.
Me estoy liando, lo siento. Mi moraleja pertenece a la categoría del «wishful thinking», del deseo irrealizable. Pero la lanzo. Si un gobierno hiciese un planteamiento global de los problemas sociales, en que apareciesen no diré que todos, pero sí al menos los principales protagonistas, los que están enfermos, los que ya no trabajan, los que trabajan en un hospital, los que pagan impuestos, los que tienen la pretensión de recuperar el dinero que han prestado al gobierno para financiar sus déficit… tendría argumentos para poner orden en las soluciones, y se acercaría algo al wishful thinking que estaba latente en las palabras del profesor Polo que he citado antes. ¡Ah!, y si el lector quiere oír a un experto, lea el artículo «Foco equivocado» del profesor Guillem López Casasnovas en El Periódico de hoy (aquí), que, entre otras cosas, menciona la oportunidad de hacer pedagogía en la presentación de las soluciones políticas.
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Todo radica en la capacidad pedagógica de los números. Hay realidades que intervienen en la salud pero no se reflejan en los números y allí radican los efectos perversos. La forma de detectarlos es, como decía el mismísimo Leonardo Polo, en las pérdidas de sincronía. Y eso profesor, solo se puede efectuar gracias a las relaciones contra-variantes. No es fácil, pero por lo menos hay que intentarlo. Es como la gravedad. Existe, pero lo curioso es que se debe al gravitón, no a la masa como pensó el que la descubrió. Y todo se debe a consideraciones numéricas. La salud no es un número pero el precio que pagamos por ella, lo es.