No lo conocía, pero, leyendo un artículo en ABC, hace ya muchos meses, me enteré que existe. En el artículo, en la parte del periódico dedicada a Familia y Educación, un filósofo y pedagogo, Gregorio Luri, dice, entre otras cosas interesantes, que muchos padres, deseando ser perfectos, están dispuestos a renunciar al sentido común y a ponerse en manos de especialistas, que conocen a sus familias menos que ellos. Lo que preocupa a esos padres no es si han hecho las cosas bien, en la educación de sus hijos, sino si hubiesen podido hacer más o mejores cosas: ¿y si hubieras actuado de otra manera? «El sentido de posibilidad puede más en ellos que el sentido de responsabilidad».
El tema es, me parece, mucho más amplio, aunque en el caso de los padres es muy patente. Los maestros de sus hijos saben más pedagogía, psicología, lo que sea, que ellos. Educar debe ser un problema técnico, ¿no? Tocar las teclas oportunas para que el chico o la chica haga lo que tiene que hacer, de la manera más eficiente. No conocen a sus hijos, claro, pero, estamos ante un problema técnico, ¿no? Del mismo modo que un experto sabe cómo arreglar un televisor estropeado, un pedagogo debe saber cómo arreglar a un niño disfuncional, ¿no?
Digo que el problema es más general. Los economistas no solemos preocuparnos por esos asuntos, porque trabajamos habitualmente con miles de millones de dólares y millones de consumidores o de trabajadores. Pero el que tiene que tomar decisiones sobre una persona concreta, a menudo lo pasa mal, por el «principio de posibilidad». Que es válido para el televisor, pero no para una persona, o un equipo humano. Y menos cuando consideramos que esa persona es un «aparato» que aprende, porque es libre. Aprende conocimientos y capacidades, y sobre esto sabemos bastante. Pero aprende también virtudes y vicios y actitudes. Y sobre eso sabemos mucho menos. Entre otras cosas, porque aprende si quiere, y si no quiere, no aprende. De modo que, al final, hay que confiar en que las cosas salgan bien. Gregorio Luri lo explica, hablando de los padres: «Un hijo no es una máquina que haya que poner a punto ni debiera ser una carga. Es un don y debería ser aceptado como tal. Solo es un don aquello que es bienvenido, inmerecido y azaroso. Recibir este don significa, en última instancia, acoger con los brazos abiertos ese enigma que nos llega». ¿De verdad es así como acogen los directores de Recursos Humanos, los jefes de fábrica y los CEOs a sus empleados?
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Es muy cierto, ya en la practica es totalmente diferente a como muchos expertos no dicen que debemos actuar con ellos, hay veces en donde no tiene lógica si seguimos sus indicaciones.
Con ánimo de aportar, creo que ahora está pasando que padres y directivos han «evolucionado» a que no somos solo aparatos, sino sensibles como los animales, aunque más perfectos. Con los inventos bío-médicos se aumentan las posibilidades. Increíble pero cierto