Y van ya… ¿cuántas manifestaciones he visto pasar delante mío en mi vida? Por eso me gustó la carta que Margaret McGirr envió al Financial Times y que se publicó en la edición en papel del 25 de febrero (aquí, en inglés). ¡Qué bonito es poder asistir a una manifestación o una marcha, para protestar por algo o pedir algo! Uno se siente, como dice la carta, iluminado por las candilejas, capturado por el fervor de una causa. Es verdad que la convocatoria es ambigua y que a menudo no sabemos qué pedimos o contra qué protestamos, porque «las ideas complejas no encajan en los signos».
Y en la inmensa mayoría de los casos, no hay compromiso de nuevas acciones, ni necesidad de poner dinero. «Un día libre de la rutina diaria». Y, claro, no esperamos que de ahí salgan propuestas constructivas. «Las manifestaciones son puro teatro y, desde que se inventó internet, son algo muy fácil de organizar». La autora de la carta señala que, precisamente porque son fáciles de organizar, pueden llegar a cansar. Y la reacción del público puede ser «¡Oh, no, otra no, por favor!».
Una consideración, de carácter moral: cuando piense usted en si debe asistir o no una manifestación, piense primero qué tratan de conseguir los organizadores, no sea que esté usted cooperando a algo que no sea tan claro y deseable como lo que propone la convocatoria. La cooperación al mal es algo muy frecuente, que las buenas intenciones no convierten en cooperación al bien.
Otra, también moral: cuando piense en si debe asistir o no, piense también qué más debería hacer usted. Una declaración que no lleve a compromiso (de tiempo, de dinero, quizás de prestigio y quizás porque le cueste alguna bofetada) es, como decía la lectora, teatro. Que no está mal, en ocasiones, pero que tiene poco valor, al menos para usted, si, efectivamente, no le cuesta nada más. «Dé, hasta que duela», es un consejo que suele darse a los filántropos. No se quede usted por debajo de ese estándar.
Tercera: ¿está usted dispuesto a defender su postura ante terceros? ¿Con qué argumentos? Porque si usted no tiene argumentos, lo del teatro debe ser verdad…
Y cuarta: vivimos en una sociedad emotivista, en la que los gestos cuentan más que las palabras, y las palabras más que las acciones. «Yo ya dije lo que tenía que decir, asistí a la manifestación». Bien, pero si todo queda aquí, luego no se queje si la manifestación resulta inútil. O peor, si otros se aprovechan de ella, para algo que a usted no le parece bien. Recuerde lo de la cooperación al mal.
Pero, eso sí, piense también si es una cooperación al bien, y a qué bien.