Vivimos en una sociedad que quiere regularlo todo. Yo llamo a eso voluntarismo: basta decir que hay que hacer algo para que se haga. O sea, dígalo usted, señor regulador o gobernante. Y, por si no le hacen caso, utilice un buen sistema de castigos.
Sabemos muy bien las ventajas y los inconvenientes que los manuales atribuyen a la regulación. Aquí quiero referirme solo a algunas consecuencias que no suelen figurar en los manuales, pero que aparecen día tras día en la realidad. Lo que me lleva a pensar que, o bien los reguladores (algunos, claro) no saben lo que hacen, o que no les importa las consecuencias de lo que hacen. Recuerde el lector la ley de Parkinson, que en mi época de estudiante era ampliamente conocida: un funcionario público tiene tendencia (léase interés) a aumentar el número de funcionarios de su oficina y el presupuesto que se le ha dado. Y otra ley: los reguladores cambian de oficina, no desaparecen.
- Las regulaciones suelen tener consecuencias no deseadas, que no se han pensado porque no son obvias. Aumentar el salario mínimo aumenta los ingresos de los trabajadores no cualificados que mantienen su empleo, pero no de los que no encuentran un empleo porque nadie los contrata.
- Las regulaciones suelen favorecer a los incumbentes, es decir, a los que están dentro, porque ya tienen voz y se hacen escuchar, porque tienen poder y porque pueden mostrar claramente las funestas consecuencias de lo que hacen algunos recién llegados, que son los que están dinamizando el mercado.
- Los reguladores se preocupan principalmente de aquello que les incumbe, y prescinden de lo que no les incumbe. Hay que evitar que las nuevas medicinas produzcan efectos indeseados, aunque, eso sí, curen muchas enfermedades que antes no tenían remedio.
- Las regulaciones suelen establecer barreras de entrada, que reducen la competencia, aumentan los precios y desaniman la innovación. Parece bueno que los cirujanos tengan que pasar unos exámenes y tener un título adecuado. Pero leí hace poco que algo parecido se pide en algunos Estados norteamericanos a los diseñadores de interiores, a los barberos y a los floristas.
Totalmente de acuerdo con el prof. Argandoña.
En mi opinión, los reguladores:
– en ocasiones no conocen a fondo las consecuencias de lo que regulan, porque no son expertos en la materia; es cierto que pueden haberse asesorado por comités de expertos (de lo que también habría mucho que hablar), pero cuando la propuesta ha dado mil vueltas por las abogacías del estado de todos los ministerios concernidos, y posteriormente, en su caso, ha sido convenientemente descafeinada en el Congreso a través de las enmiendas del resto de los grupos parlamentarios, cualquier parecido con la propuesta inicial es pura coincidencia.
– otras veces se mueven, directa o indirectamente, por criterios fundamentalmente políticos, lo que explica que las regulaciones favorezcan a los incumbentes (potenciales votantes) y generen barreras de entrada, como señala el post. Un caso paradigmático es el de los colegios profesionales. Nadie sabe para qué sirven (excepto para hacer lobby) pero son necesarios para ejercer algunas profesiones (aunque, afortunadamente, cada vez menos).
Hay que saber estimar la actividad económica (la T de mi libro profesor, disculpe que lo cite, por resumir) que se debe a la distribución contra-variante de Boltzman (imposible no conocerla porque aparece en todas las fórmulas bio-físico-químicas) que es la base de todos los fenómenos micro de la realidad material. Yoshikawa también la estudio y la aplicó el 2004 cuando la crisis del yen y ya se ve que le funcionó. Él mismo dijo que no sabía que era la T, pero que no le importaba mucho porque la usaría como parámetro. Según sea la T, las distribuciones de bienes libres (Bose) o de bienes ligados entre sí (Fermí) decidirán si conviene o no controlar