Sobre este tema publiqué hace unos días, en El Periódico, un artículo titulado «Los impuestos que necesitamos». Tranquilícese el lector, porque ya aclaro que es muy poco probable que veamos esa reforma en el corto plazo, aunque, es verdad, está siendo muy necesaria. Desde hace unos cuantos años, nuestros gobiernos han ido cambiando impuestos, casi siempre para recaudar más, y a veces con fines electoralistas, y, claro, ha quedado una estructura que dista mucho de ser la deseable. Por eso escribí ese artículo: para recordar unas cuantas cosas que me parecían necesarias.
El sistema fiscal es un medio, no un fin. Los fines genéricos los conocemos bien: una sociedad dinámica, innovadora, eficiente, justa… Como en otros casos, el diablo está en los detalles: ¿qué significa una sociedad dinámica, justa, competitiva…?
Los impuestos, en su conjunto, deben contribuir a esto: no cada uno, sino el conjunto. Hay que conseguir una recaudación suficiente para el nivel de gasto deseado (y no me pregunten cuál es ese nivel, porque no nos pondremos de acuerdo), o sea, los impuestos han de pensarse junto con los gastos: por ejemplo, la redistribución de la renta no se logra solo con la progresividad del impuesto sobre la renta, sino también con las prestaciones sociales.
Un buen sistema fiscal debe ser flexible, de modo que la recaudación pueda aumentar al menos al ritmo del producto interior bruto; estable, para muchos años, de modo que dé seguridad de que las reglas no cambiarán a mitad de partido. Debe ser claro, sencillo y eficiente a la hora de entender los impuestos, a la de pagarlos y a la de gestionarlos.
El óptimo es un sistema con bases muy amplias y pocas exenciones y deducciones, muy pensadas en cada caso. Y, como nuestro sistema es bastante descentralizado, tendremos que discutirlo junto con las reglas de la nueva financiación de los gobiernos autonómicos y locales: nueva, no porque alguien la esté preparando, sino porque hace falta, como agua de mayo.
No hay peligro de que se lancen a hacer la reforma a corto plazo, me parece, y eso es un problema. Entonces, me dirá el lector, ¿para qué escribes sobre el tema? Porque hay que ir calentando a la sociedad, para que se prepare y, sobre todo, para que vaya entendiendo cómo ha de ser nuestro sistema fiscal. Porque nos jugamos mucho con él.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Estimado Antonio: ¿es posible una fiscalidad que nos lleve por el buen camino? Que la empresas que dedican su tiempo y esfuerzo a I+D, se vean benificias en su fiscalidad es positivo, igualmente las empresas que apuestan por la promoción de la salud de sus empleados, las que activan sus planes de sostenibilidad, de movilidad, de responsabilidad social o aquellas que optan por la participación de las personas en la empresa. De la misma manera, el ciudadano que ahorra, que cuida de su salud, que asegura sus activos, que participa en la resolución de problemas, debería contar con una fiscalidad positiva.
Saludos,