Hoy me he levantado agresivo, y he decidido empezar una cruzada para generalizar la Responsabilidad Social (RS). No creo que sea una enfermedad grave, ni contagiosa, ni crónica; por eso la presento aquí. Lo que propongo es aprovechar el «tirón» de la RS de las empresas, para generalizarla a otras instituciones y, en definitiva, a todo el mundo. Ya sé que no es algo nuevo; de hecho, yo mismo lo vengo diciendo desde hace muchos años. Pero hoy estoy decidido a predicar la cruzada.
Parte de la definición de RS que dio la Comisión Europea en 2011: es la responsabilidad de las empresas por sus impactos en la sociedad. Bien. ¿Y la RS de los sindicatos? ¿Y la de los gobiernos? ¿Y la de los partidos políticos, las onegés, las escuelas…?
Pero, en cuanto digo esto, me doy cuenta de que no voy a tener éxito en mi cruzada. ¿Por qué hablamos de la RS de las empresas? Porque son las que tienen dinero, medios, recursos. Bueno, todas las instituciones mencionadas antes tienen medios, pero no nos atrevemos a decir que un partido político tendría que dar dinero a una onegé, como hacen las empresas, porque… bueno, porque bastantes problemas tienen los pobres partidos para financiarse sin que la fiscalía anticorrupción les pregunte cómo lo hacen, lo cual significa que ya sabemos que los partidos deben tener alguna RS, pero no nos atrevemos a meternos en ese mundo. Y los sindicatos son, se supone, los beneficiarios de la RS de las empresas, en cuanto que amparan a sus empleados… aunque, bien pensado, al hacerlo están desamparando a los parados… ¿no deberían tener los sindicatos alguna RS? Y así con muchos de los candidatos a mi ampliación de la cobertura de la RS.
Claro que el lector me dirá que las empresas son diferentes. Ellas son «las que tienen dinero». ¿Porque lo fabrican? No, claro: porque se lo dan los consumidores. Pero los que analizamos la RS no nos fijamos en esto, sino solo en que las empresas «tienen dinero». Al final, los que tienen recursos es porque alguien se los ha dado, sea voluntariamente, como los donantes de una onegé, o de manera forzada, como los impuestos que nos cobran las administraciones públicas, o porque lo sacan de los presupuestos públicos, como los sindicatos o los partidos, o sea, que lo sacan también de los bolsillos de los ciudadanos… o porque lo obtienen mediante transacciones en los mercados, como las empresas. Y como los trabajadores, que venden su trabajo a cambio de un dinero. Las empresas son «diferentes» porque no entendemos, o no queremos entender los procesos que hacen que las empresas reciban recursos. O porque nos parece que ese no es un dinero limpio, que hacen algo mal, que «tienen que» hacer RS para ganar su legitimidad… como si los sindicatos, los partidos, las onegés y todos los demás estuviesen limpios de toda sospecha.
Pero yo quiero lanzar una cruzada para proponer que la RS se extiende a todos los actores sociales, porque vale la pena aprovechar todo lo que hemos aprendido cuando nos esforzábamos para convencer a las empresas de que tienen algunas responsabilidades y para explicarles cómo pueden ejercer esas responsabilidades. El mismo concepto de RS de las empresas debería servirnos para elaborar la RS de todos los demás. Y las exigencias de información y transparencia que ponemos a las empresas, el obligarles (o recomendarles) que hagan una memoria de sostenibilidad, el proponerles que tengan una estrategia de RS, el sugerir que tengan un director de RS con su equipo, el recomendarles el diálogo con los stakeholders… ¡cielos, qué gran idea! ¿Dónde está el diálogo de los sindicatos son sus stakeholders? ¿Y de los partidos, o de las onegés, o las fundaciones, o las asociaciones deportivas y culturales, o de…? Mi campaña es, pues: recordemos a todos que todos tenemos la responsabilidad por nuestros impactos en la sociedad. Y preguntemos a las empresas cómo se las arreglan para entender esa responsabilidad y ejercerla, para luego enseñar a los demás.
Pero, claro, si resulta que lo que queremos es que alguien nos pague lo que nosotros queremos, mi campaña no llegará muy lejos, porque tropezaremos enseguida con el sufrido ciudadano que paga los impuestos, paga los productos que compra, paga la hipoteca, da dinero porque quiere a los que lo necesitan… Pero este es el argumento contrario al que sostienen tantos en nuestras sociedades, hoy en día: sociedades de derechos, en las que todos tenemos derecho a todo, derecho a quien alguien nos lo dé todo, y no queremos oír hablar de deberes. Porque detrás de cada derecho hay dos deberes: uno, el de que ejercita el derecho, que debe usar su derecho con eficiencia y ¡oh, qué importante!, con agradecimiento al que le da el dinero, tanto si es debido a la justicia como a la caridad. Y dos, el deber de alguien de dar el dinero para que el otro disfrute de su derecho. No hay nada gratis, solemos decir los economistas. Bueno, todos no: solo los liberales (en el sentido europeo, o sea, no los socialistas ni los socialdemócratas).
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
Excelente aporte con otra perspectiva. Estoy de acuerdo.
Saludos
Gracias por tan excelente comentario.
Tienes la razon.
Quiza con proponer y recomendar RSE organismos publicos consideran que ya practican #RS.
Les gusta, la hacen suya pero que apliquen otros.
Y por cierto Profesor, para esta cruzada me apunto como escudero.
Un post de lo más interesante, muchas gracias por compartir estas palabras con todos nosotros Antonio.
¡Un saludo!
«No hay nada gratis» sin duda la frase que más me gusta aplicar. Desde luego que la Rs en las empresas lo pagan los ciudadanos por lo que nada es gratis y todo cuesta dinero por mucho lavado de cara que intenten hacer con estás prácticas.
Un saludo Antonio