Reconozco que vivir al lado de la vía de circulación intensa como las Rondas de Barcelona debe ser una tortura, por el ruido, la congestión, la contaminación… Por tanto, es lógico que los que viven ahí reclamen que se cubran y se conviertan en espacios verdes. Pero esto plantea también problemas de reparto de costes, como los que discutí en mi última entrada. Si usted vivía en una zona tranquila, que ahora se ha convertido en una vía de circulación rápida, usted carga con los costes del cambio, también en forma de menor valor de su piso. Si usted se trasladó a ese barrio después del cambio, sufre los daños, pero disfruta de una vivienda más barata o un alquiler más bajo, que le compensa en parte del daño sufrido. Y si ahora le cubren esa vía, todo se convierte en ventajas (aunque quizás tenga que hacer frente a un impuesto extraordinario para financiar los obras).
La vida está llena de situaciones como esa: un cambio de circunstancias que impone costes a unos y beneficios a otros. Esto ha ocurrido también en Barcelona, y en otras muchas ciudades, con el crecimiento del turismo: entre 1990 y 2016 el número de visitantes ha pasado de 1,7 millones al año a unos 8 millones. Y claro, si usted vive en las Ramblas o al lado de la Sagrada Familia, se lleva buena parte de los costes de congestión. Otros se beneficiarán, quizás también usted, pero no cabe duda de que los costes y los beneficios se reparten de manera desigual. Y los ciudadanos protestan, porque el turismo ha elevado los alquileres de las viviendas, obligando a muchos a abandonar su barrio y buscar otro en el que los precios hayan crecido menos. Y esto no gusta a nadie. Y el problema se agudiza cuando se convierte, en manos de los antisistema, en un argumento contra el capitalismo, como ocurre en Barcelona.
Los economistas tenemos un criterio para resolver estos problemas: dejemos que el libre mercado actúe porque, al final, todos ganamos. O mejor, al final el conjunto gana, pero no todos los ciudadanos: el reparto de los costes y beneficios es desigual, y no tenemos políticas redistributivas adecuadas para compensar esas externalidades (que así se llaman los impactos de la conducta de unos sobre otros con los que no tiene relación directa en el mercado). Es más: probablemente las políticas redistributivas no son justas, como vimos en el caso de la cobertura de las rondas, porque los que ganan no siempre son los que han perdido antes.
Estamos, pues, ante un conflicto de los muchos que se presentan en nuestra sociedad, que la democracia debe torear, lo que no resulta fácil porque aquí hay problemas también de información insuficiente y sesgada. Y porque estamos en una sociedad en la que todo se convierte en derechos, que reclamamos a veces con actitudes agresivas, como ocurre en el caso del turismo, agrediendo a los visitantes que no tienen ninguna culpa de que su presencia se convierta en un problema para los ciudadanos de Barcelona. Y porque mezclamos los problemas, por aquello de «a río revuelto, ganancia de pescadores». Y porque tenemos un sistema de atención de las necesidades de la gente muy fraccionado, de modo que cada contratiempo da derecho a una compensación, sin considerar si el perjudicado puede, razonablemente, aguantarse, o si el beneficiado debería compensar al perdedor, y cómo lo debería hacer.
El crecimiento de los nucleos nunca se ha llevado a cabo de manera racional, no se han establecido zonas verdes repartidas uniformemente y eso afecta a la vida de las personas. Se han diseñado pensando más en cuestiones laborales, para servir de puentes para ir al trabajo, pero nunca pensando en que la gente tiene que vivir y hacer uso del espacio que habita.
Los cambios tendrían que hacerse poco a poco, adaptarse y dejar que cada uno exprese sus ideas y gustos. Ponerle un poco de sal
a tu vida es importante.
El problema que tienen muchas ciudades españolas y Barcelona muy en particular cuando surge un problema como el que ha resurgido recientemente con fuerza, (este problema lleva ya coleando y dando quebraderos de cabeza a muchos vecinos de zonas como la Barceloneta hace bastantes años) es la carga política que se le da a todo.
Está muy bien esto que ha comentado de la redistribución de costes, compensaciones y sobrecargas indirectas sobre le ciudadano que puede acarrear estos problemas. El tema es que es muy lenta esta redistribución e injusta, puesto que por ejemplo en el caso de la Barceloneta, hay negocios que se están beneficiando y mucho de esta inflación turística y vecinos que no disponen de negocios y si de una vivienda que están asumiendo los inconvenientes de este turismo. Esto paso con la mayoría de los problemas de este tipo, sobre todo a nivel municipal. Con muchos impuestos que pague ese negocio, el vecino que no puede dormir por las noches y que asume otros problemas de convivencia derivados en sus barrios, no se verá satisfecho si no resuelven este problema sobrevenido con muchos servicios sociales que afloren en las inmediaciones de su domicilio.
En un tema tan peliagudo en el que todos los veranos sale a calición en todos los informativos como es el turismo uno no hace mas que preguntarse cual es la mejor forma de tratar este crecimiento desmesurado de turismo que si bien es cierto estamos pasando por momentos de crisis habría que preguntarse si el que mucho abarca poco aprieta. ¿Cuál es la calidad del turismo que llega cada día a barcelona y a las costas españolas? Es realmente un turismo que deja dinero a las arcas o es un turimo barato cuyos visitantes dan menos que lo que traen. La regulación debería de ser necesaría para que la concordía entre vecinos, transeuntes y turistas sea total.
El turismo es motor en españa cierto pero que motor queremos un ferrari o un coche de desguace.
Como denunciaba Lucas, profesor, la micro no puede tener distintos fundamentos que la macro. Y el mercado es el mismo. Yo no soy Lucas pero denuncio (a mi manera) que los números reales solo valen cuando la dinámica es muy lenta que podría ser el caso del corto -dentro del largo- plazo. Pero los números son dinámicos y además, complejos. Es decir del tipo que ya descubría el suizo Euler en 1740, teniendo módulo y fase (para no agregar, cíclicos). Es una lástima que por no «complicarse la vida» se hagan estimaciones injustas para ambos lados. Marx se quejaba (en el peor sentido de esta queja) de no saber matrices. Pero la verdad profesor es que la naturaleza siempre ha sido y será, contestona (como decía Polo). A ella (natura) no le importa si somos flojos o dejados o … ella es como es y punto. Y desde aquí, al otro lado del charco (Lima – Perú), lo pasamos muy mal cuando natura nos recuerda sus «caprichos» que nadie quiere darse cuenta para no sentirse «injusto». Las leyes del mercado se han construido siempre sobre la base de ecuaciones reales y sus soluciones son siempre complejas. Es más ¿puede un mercado ser «libre» cuando hay tantas cláusulas en letra pequeña?