¿Perdonar o exigir justicia?, nos preguntábamos en una entrada anterior. El tema necesita más desarrollos. Hablamos de la justicia como compensación del daño causado, pero la justicia tiene también otras dimensiones.
La sociedad se ha visto perjudicada por la ruptura del orden, sea provocando una retención en la autopista por el accidente de mi coche, sea quitando una vida en un acto terrorista, sea poniendo miedo en el cuerpo de muchas personas, sea emponzoñando el ambiente con mentiras… Esto hay que compensarlo también. Es algo que el mundo individualista en que vivimos no siempre aprecia, pero que es muy importante: la sociedad necesita esa justicia. Y aquí vienen los jueces y las autoridades, también las informales (los vecinos, la opinión pública…). Su función es múltiple: 1) facilitar, o exigir, que se cumpla la justicia entre personas o conmutativa (obligar al que estropeó el coche a pagar la reparación), 2) facilitar la compensación a la sociedad (con una multa, por ejemplo, u obligando al que causó el daño a compensar con un trabajo social, por ejemplo, aunque estas soluciones son demasiado materialistas, y me parece que quedan muy lejos de la devolución a la sociedad del orden perdido, pero no voy a extenderme más sobre esto). 3) Conseguir que ese desorden no vuelva a ocurrir en el futuro: tarea difícil, donde las haya; aquí aparece la función educativa de las penas (cosa también muy discutible), o lo que puedan hacer las familias y las escuelas, etc. 4) Evitar que la justicia se convierta en venganza.
La venganza es una forma de justicia, que podría englobarse en «el que la hace, la paga». Cumple una función social, sobre todo en sociedades muy atrasadas, en las que el principal lenguaje comprendido por todos es el de la violencia: si tú me haces daño, yo u otra persona próxima a mí te exigirá compensación y pondrá de manifiesto que en esta sociedad, por atrasada que sea, hay cosas que no se pueden hacer. El problema de la venganza es que inicia una espiral que no sabemos dónde acabará: son famosas las rencillas entre familias en algunos pueblos porque, hace no sé cuántas décadas, uno robó una oveja del rebaño de otro… Y como no les queda ni siquiera la «tranquilidad» de saber que el juez condenó al ladrón a pagar el precio de la oveja, pues la justicia sigue quebrantada a estas alturas… Y, como decía aquel, «ojo por ojo, todos ciegos». Porque la venganza lleva con facilidad al exceso, y provoca la reacción del otro, aunque a veces la respuesta tarde décadas en presentarse, como se puede ver en las consecuencias de la «memoria histórica». Si hay instrumentos válidos para preservar la justicia, la venganza es innecesaria, y muy inconveniente. Pero, al final, la venganza se combate con el perdón.
¿Qué debe hacer el perjudicado? Reivindicar la justicia. Porque ha sufrido un daño injusto, y tiene derecho a una compensación. Y porque, como ya dijimos, también la sociedad ha sido perjudicada, y hay que procurar que se corrija ese desorden y se pongan los medios para evitar que vuelva a repetirse. De alguna manera, «el que la hace la paga» quiere decir que, si causas daño a otro, no te saldrá gratis, y con esto estamos recomponiendo la justicia y evitando que la cultura social se deteriore. Otra cosa es que el perjudicado esté dispuesto a no exigir la compensación, quizás porque esto removería demasiado las aguas, o porque sería demasiado costoso…
La contrapartida de todo lo dicho es que el que causó el daño debe compensar por el daño causado. Esto a veces es posible: te robé una oveja, te pago el precio (y quizás también otros daños, como la pérdida de tiempo hasta zanjar el asunto) y ya está. Bueno, hay muchos daños que no podrán compensarse, y sobre todo no con una compensación económica, y no estaría de más que fuésemos conscientes de esto e hiciésemos lo posible para arreglarlo. Me contaron hace tiempo el caso de uno que iba por la calle, de noche, y chocó con otro; al separarse se dio cuenta de que no llevaba la cartera, corrió tras el otro y le grito «¡la cartera!», el otro, asustado se la dio, y se marchó corriendo. Al llegar a caso, el que creía haber sido robado se encontró con que se había dejado la cartera en casa; miró la que había «recuperado», se dio cuenta de lo que había pasado, buscó la dirección del robado y fue a su casa, donde se lo encontró reponiéndose del susto, y teniendo un susto nuevo cuando vio entrar al «ladrón». No sé cómo acabó, pero no me extrañaría que aquello hubiese acabado en una incipiente amistad, que compensaría, de algún modo, el mal rato pasado.
Bueno, pero ahora debemos fijarnos en la otra variable: el perdón, Lo haremos en otra entrada.
hase bhai hase