El próximo 2 de octubre es el Día Nacional de la Educación Financiera. El lector quizás piense que hay ya demasiados días nacionales o internacionales de demasiadas cosas. Pero no se preocupe: de hecho, solo nos enteramos de aquellos que nos afectan más directamente –hace unos días fue el del alzhéimer, y, por la cuenta que me trae, ya hice por saber de qué iba. Y suelen ser baratos –aunque no todos. Lo que yo quiero comentar ahora, desde la Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa, es: ¿tiene algo que ver la Educación Financiera con la Responsabilidad social
Si el lector se pregunta esto desde una entidad financiera o educativa, la respuesta es claramente afirmativa. Si la Responsabilidad social es la responsabilidad de las empresas por sus impactos en la sociedad, la Responsabilidad social de un banco, un fondo o un asesor financiero debe empezar por sus impactos en los que tiene más cerca de su negocio, o sea, en sus clientes y en sus empleados.
Bien, me dice el lector: pero, ¿de qué es responsable una entidad financiera para con sus clientes? Pues de los efectos que tengan sus acciones (y sus omisiones, claro) sobre sus clientes: de la calidad de sus productos, de su rentabilidad y de su riesgo, de sus implicaciones fiscales y, en fin, de todo lo que aparece en su contrato, también la llamada letra pequeña.
O sea, la entidad financiera, sus directivos y sus empleados tienen que ser conscientes de esos impactos. Y aquí aparece la educación financiera. Porque muchas veces el cliente no entiende lo que es una TAE, o qué significa un riesgo de interés, de tipo de cambio o de liquidez. Por tanto, el primer deber de las entidades es explicar a sus clientes todo esto. Y como la cultura financiera de las personas es muy distinta, habrá que adaptarse a sus condiciones. El primer deber de la entidad es, pues, dar al cliente toda la información necesaria. Y no solo por escrito, con largos párrafos llenos de términos raros, sino con sencillez, de manera que se entienda. Al final, el contrato deberá ser largo y prolijo, pero no estaría de más que se destacasen las ideas importantes o se hiciera un resumen de los más relevante: leí que el Presidente Reagan no quería recibir ningún informe más largo que una cuartilla.
Pero, me dice el lector, cuando hablamos de Educación Financiera estamos pensando en otra cosa: en cursos, conferencias, libros, páginas web… Sí, claro: si todos hubiésemos asistido a esos cursos en la escuela, ahora sería mucho más fácil entender lo que nos dice el directivo de la entidad financiera cuando hablamos de una tarjeta de débito o de un fondo garantizado.
Por tanto, la Educación Financiera tiene, me parece, dos dimensiones, o incluso tres. La primera, la más importante, la que afecta directamente al cliente, es explicarle con claridad lo que necesita saber –y no solo lo que se acuerda de preguntar- sobre la operación que tenemos entre manos. Esta es una Responsabilidad social directa, clara, como la que tiene el vendedor de microondas cuando explica al comprador que no es oportuno secar al perrito recién lavado metiéndolo en el aparato. O el fabricante de medicamentos cuando nos recuerda ese listado larguísimo de los cientos de males que nos pueden suceder si nos tomamos esas pastillas.
Y por hoy ya tenemos bastante; seguiré otro día. Por cierto, una versión abreviada de esta entrada y de la próxima fue publicada el 29 de septiembre en el periódico Levante.
el que paso fue un día muy importante y en el que muchos deberían reflexionar sobre el nivel de educación financiera que tienen para administrar sus gastos
Lo que se podría resumir en dos palabras: Saber-Sincronizarse. Pero que vale para ambos: el cliente y la institución. La pregunta consecuente sería ¿cómo saber sincronizarse?