«De un conflicto se sale poniendo palabras a las emociones». Así titulaba La Vanguardia una entrevista a Céline Álvarez, pedagoga, publicada el pasado 16 de diciembre. Como el tema del conflicto me ha interesado desde hace tiempo, la leí con interés.
«Hay que poner palabras a las emociones», dice Céline. «Hay que dedicar tiempo a que objetiven sus emociones» -se refiere a los niños, pero aclara que esto es aplicable también a los adultos. El conflicto está en las emociones, dice, «porque no sabemos discernirlas y tomar la suficiente distancia respecto a lo que sentimos como para distinguirlas de hechos y razones». Y lo mismo pasa en la empresa, claro: el conflicto estalla hoy porque, probablemente, hay alguna emoción escondida en el pasado, que aflora en este momento: ¿a mí me va a dar lecciones este jefe incompetente, que me tiene manía y no sabe lo que dice?, digo yo, en un momento de enfado… Y ya tenemos el conflicto planteado.
¿Cómo se resuelve? «Hablando», porque «lo interesante es que los niños también son capaces de de solucionar una situación conflictiva y de reconocer las necesidades de los otros y hacer reconocer a los demás las suyas con palabras. Si lo consiguen, en vez de un roce, surge un vínculo», y «cuando logran superar un conflicto con otros sin caer en el rencor, se sienten alegres».
«Hay que escuchar las necesidades del otro sin renunciar a las propias. Y requiere aprendizaje. No es instintivo». «Escuchar lo que quieren los demás no solo es bueno para los demás, sino también para uno mismo. De ese ejercicio todo el mundo sale engrandecido. Y hay que ejercitarse toda la vida en él».
La formación de los niños me cae un poco lejos, a estas alturas. Pero me sigue interesando mucho la de los mayores, sobre todo en el ámbito de las organizaciones humanas, que para eso estoy en una escuela de dirección. Lo que dice Céline Álvarez es una dimensión de la ética que solemos olvidar con frecuencia, porque la ética en la empresa suele considerar un problema cada vez, una decisión de una persona, frecuentemente un directivo. Y olvida dos cosas: que esa decisión se encuadra en toda una vida de la persona, es decir, en su carácter, y que esa decisión tiene lugar en interacción con otras personas. Y cuando pensamos en estas relaciones, solemos tomarlas también de una sola vez: el jefe manda y el subordinado obedece (o no). Pero no solemos interesarnos por relaciones duraderas, como las que aquí hemos considerado: un conflicto que estuvo latente durante un tiempo, que aparece hoy en la superficie, y que se quedará ahí durante años. Quizás pensamos que eso tiene que ver más con la psicología que con la ética. Pero no: todas y cada una de las relaciones entre personas tienen una dimensión ética. Me parece que los que nos dedicamos a la ética debemos trabajar más las relaciones. Y, claro está, lo conflictos.
La dificultad para conseguir palabras de sentimientos radica en que se sienten pero no se objetivan. Y objetivarlos estaría mal porque sería rebajarlos al límite mental (Polo), al que superan de raíz. Solo se pueden «simbolizar» cuando se trata de tareas profesionales con otra persona y «noticiar» cuando se trata de sus virtudes. Es decir, utilizar palabras que descifren algo a lo que se parecen en términos lingüísticos, pero no lo son. Y es que aparece un problema adicional, que es que el nivel de la prudencia para designar símbolos es superior al de la prudencia operativa (que sería algo así como la gubernativa) y el nivel de la prudencia designar para las noticias es todavía superior y requiere tener y percibir quién tiene y qué virtudes.
Por lo tanto el a por ellos era una decisión encuadrada en toda la vida de las personas que lo jaleaban?