Interesante: una conferencia de Andreas Dombert, miembro del Comité Ejecutivo del Bundesbank, el pasado 17 de noviembre, publicada por el propio banco central alemán. ¿Hace falta, se pregunta, más regulación? ¿O más valores (no económicos, claro)? Pregunta lógica, después de la crisis financiera, que ha tenido que ver, sobre todo, con la omisión de los valores (que define como «características y cualidades que se consideran valiosas y moralmente correctas»). Y no se pueden sustituir por nuevas reglas y más supervisión.
Dombert se refiere al trabajo de una Task Force on Behaviour and Culture, una metodología que trata de evaluar la cultura y las conductas en los bancos. «En concreto, trata de valorar el trabajo y la cooperación de los supervisores y los consejos de administración«, en un intento de encontrar patrones de conducta que se puedan interpretar como indicadores adelantados o incluso como creadores de problemas. No trata de imponer valores, pero sí castigar la ausencia de valores -lo que plantea la duda de si todos los valores se consideran válidos, y qué criterio utiliza la Task Force para determinar qué valores son válidos y cuáles no.
Dombert concluye que los valores no se pueden introducir vía regulación, sino que «deben ser reconocidos y adoptados por cada persona individualmente» y que «la supervisión no ancla los valores en el mundo de los negocios». Y también rechaza la imposición de los valores por la vía consecuencialista, para conseguir unos resultados determinados.
Me alegra ver que también en instituciones de alto nivel encargadas del control y supervisión de las entidades financieras ha calado el argumento de los valores. Me temo que nos quedemos en la superficie -lo importante es que cada uno tenga sus valores- y olvidemos que no todos los valores son tales, ni cualquier juego de valores asegura la coherencia. Y que hay que pasar de los valores de la persona a los de la organización, y aquí el salto puede ser complicado. Conocemos ya muchos casos de personas honradas que se comportan mal en una organización cuya cultura, estructura, estrategia, políticas e incentivos están maleados.
De acuerdo con evitar que disminuya la coherencia ética ya lograda. Pero ¿cómo medirla?