No me gusta hacer leña del árbol caído, como dice el refrán español. Por eso he preferido esperar unos días para tratar de las malas prácticas que se detectaron hace un tiempo en Oxfam, con ocasión de la ayuda en Haití después del terremoto. Y no quiero entrar en juzgar aquello: ¿quién soy yo para hacerlo? Solo quiero comentar dos o tres cosas, tomando como punto de partida la Responsabilidad Social de las Organizaciones -y con esto voy un paso más allá de la Responsabilidad Social de las Empresas.
La Responsabilidad Social no es dar ayuda, hacer filantropía, promover acciones sociales o voluntariado… Bueno, sí lo es, pero no es solo eso, ni siquiera principalmente eso. Hay gente con necesidades que pueden ser urgentes, importantes y difíciles de solventar para el interesado. Y esto crea un deber de ayuda por parte del que puede, con los criterios ya conocidos: tanto más deber de ayudar cuanto más cerca esté yo de esa necesidad, cuanto más grave sea la necesidad, cuanto más urgente sea, cuanto menos posibilidades tengan otros de ayudar… Nótese que no basta cumplir con una de esas condiciones: mi madre puede necesitar urgentemente un televisor nuevo, pero no basta esto para dejar de ayudar a alguien que está muriéndose de hambre más lejos…
Esto ya lo sabemos, pero muchos siguen pensando que la Responsabilidad Social es dar dinero. Bueno, yo lo pensaría si tuviese necesidad de publicar urgentemente algún artículo sobre el tema, porque concebir la Responsabilidad como un deber moral, que depende de las circunstancias, que golpea el corazón… eso no es fácil de traducir en un modelo cuantificable y, por tanto, publicable.
Bueno, dar dinero forma parte de esa Responsabilidad, pero no se reduce a ella. Y, en el caso de la empresa, la filantropía suele estar en un lugar lejano, porque las primeras responsabilidades son con los empleados, clientes y gente próxima: primero, pregúntate cómo ganas tu dinero, y luego pregúntate qué vas a hacer con él. Esto último es también una responsabilidad social importante, pero no la única. ¡Ah!, y todos, todos, tenemos esa responsabilidad: es la responsabilidad social que se deriva de que somos humanos -aunque nuestro mundo individualista considere que esto no tiene por qué ser así.
El tema de la ayuda a países del tercer mundo ha levantado también otras críticas, cuando se considera la relación que hay entre el donante y esas personas necesitadas. Porque puede haber algo de superioridad, de «esas personas me necesitan», «son como niños, no pueden valerse por sí mismos»… Y eso puede ser verdad después de un terremoto, en que uno ha perdido todo lo que tenía, incluso sus parientes próximos. Pero la conclusión debe ser que tenemos el deber de volver a ponerles al mando de sus vidas, y cuanto antes, procurando no crear dependencia y devolviéndoles la dignidad. La imagen de un campo de emergencia a la semana de un terremoto debe movernos a la compasión; la imagen de ese campo varios años después debe provocar indignación: alguien -nosotros, yo- no ha cumplido con su deber de humanidad.
No sé si lo que hay detrás de los problemas que he mencionado al principio es esta manera equivocada de entender a las personas necesitadas. Pero esa manera existe, y me parece que tenemos que luchar contra ella.
La conclusión “tenemos el deber de volver a ponerles al mando de sus vidas, y cuanto antes” tiene mucho sentido. Lastimosamente en muchos casos una crisis humanitaria se la ve como oportunidad de generar empleo “humanitario”. Centros de «emergencia cuasi-permanentes» que institucionalizan el llamado “apoyo humanitario”.
Juan Antonio tuvo el gran mérito de descubrir que la división Maslow o Mc Gregorianas en X e Y o materiales y sociales era poco. Son tres: materiales, operativas y morales. Creo que fue su gran aporte y hasta ahora no se le entiende bien