Prometí en mi última entrada que volveríamos sobre lo que expliqué repetidas veces en una visita reciente a la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP, en las últimas semanas. Fui a hablar del amor en la empresa, y os contaba lo que comenté con ellos -y vuelvo a agradecerles el excelente trato de que fui objeto.
Decía en mi anterior entrada que parto de una teoría de la acción humana, que ya he contado muchas veces en este blog. Y en esa acción humana hay cosas que ocurren porque yo las deseo, porque forman parte de mi motivación: trabajo y me pagan (si todo va bien); trabajo y disfruto; trabajo y aprendo; trabajo y presto un servicio a mis clientes y a mis colegas… Pero hay otros efectos que no siempre son buscados.
Trabajo, digo una mentira, y me convierto en mentiroso. Digo una mentira, y mi subordinado o mi jefe pierde (aunque solo sea un poco) su confianza en mí. Digo una mentira, y mi cliente, si se entera, se enfada y toma represalias. Es la lógica de las virtudes (y de los vicios): las aprendemos por la repetición de actos: una mentira puede tener un impacto pequeño, pero si se repite me convierto en mentiroso. Y los demás aprenderán de mi mentira: alguno se volverá mentiroso, porque, si mi jefe me miente… ¿por qué no voy a mentirle yo a él?
Ya tenemos todos los efectos de la teoría de la acción: produce resultados esperados y deseados, y también no deseados o no esperados, en mí y en los demás. Entonces, yo soy responsable de los impactos de mis acciones en mí (mis aprendizajes negativos) y en los demás (lo que los manuales de moral llamaban el mal ejemplo, o el buen ejemplo, claro). Como dice mi colega Rafael Andreu, del IESE, dejamos continuamente huellas, en nosotros y en los demás.
Y esas huellas me cambian y les cambian. Mis decisiones futuras, y las suyas, serán distintas. Y aquí aparece el amor que, como virtud, es algo muy sencillo: querer el bien para mí (el amor propio es algo bueno, si se entiende bien) y para los demás. Entonces, cuando yo actúo en la organización intentando hacer el bien para mis clientes, empleados, jefes, accionistas… estoy amando. No un amor clamoroso, de suspiros y lágrimas de emoción, pero amor, al fin y al cabo. ¡Quién nos iba a decir que practicaríamos el amor cada día, cada hora, en nuestro lugar de trabajo!
parabéns pelo artigo.
valeu muito bom
muito bom maravilha
Gracias profesor.
Gracias por este artículo profesor, le recomiendo algunos libros frikis para leer qué quizás le interesen, no hay gran filosofía en ellos pero seguro que podrá sacarles algún tipo de provecho.
Excelente artículo como siempre profesor. Sus conocimientos valen más que el oro. Esperemos cada uno pueda poner en practica esas enseñanzas en la familia y en las empresas que se estén liderando.
Un grato saludo.
Gracias profesor. Quiero comentarle que uno de los logros de la teoría de la acción humana es la separación de niveles: eficacia, eficiencia y consistencia. Y Polo explica que se debe a que los juicios que hacemos con nuestro conocimiento se refieren a realidades físico-materiales (eficacia, que conlleva relacionarnos incluso con otros seres como realidades solo físicas) y/o a realidades cognoscitivas para manipular perfeccionando esas realidades materiales (eficiencia, que «materializa» nuestros juicios científicos o artísticos) y/o a realidades no físicas o inmateriales como son el mismo conocimiento de nuestra voluntad (consistencia, o sea, juicios morales aunque versen sobre realidades materiales). Son algo así como tres prudencias o partes de la prudencia, pero de medios muy distintos: físicos, hábitos y virtudes.