Federico Sabriá es un colega del IESE que podría ganarse la vida escribiendo novelas «con mensaje». Últimamente practica mucho ese género, porque nos cuenta, larga y periódicamente, lo que pasa a su esposa, Dolores, que lleva unos meses en el hospital, sometida a operaciones, complicaciones y recuperaciones dolorosas y largas. Dolores es luchadora, muy luchadora, y Fede, que está siempre a su lado, le ayuda continuamente. Fede fue deportista, jugador de waterpolo, y cita a menudo sus recuerdos de partidos duros, entrenamientos más duros, grandes ilusiones y algunas desilusiones, especialmente durante los Juegos Olímpicos de Moscú. Al pasar muchas horas primero en cuidados intensivos, luego en habitaciones ordinarias y últimamente en recuperación, Fede ha conocido a muchas personas: médicos y enfermeros, cuidadores y fisioterapeutas, pacientes y parientes de pacientes. Y en sus «novelas» cuenta la profesionalidad y dedicación de unos, la fe y la esperanza de otros, y las amistades que se van forman alrededor de esas historias.
Hoy os voy a contar una frase que Fede escuchó hace unos días, cuando un fisioterapeuta se dirigió a la compañera de habitación de Dolores, para animarla a hacer sus ejercicios:
“NN, todo es actitud. No están los que habéis tenido un ictus por un lado y los que no lo hemos tenido por el otro. No. Están los que se enfrentan a la vida y la viven y los que no. Hay muchas personas “sanas” que se pasan el día en un sofá incapaces de levantarse y afrontar sus problemas. Esos son los que tienen un problema, no tú. Venga, vamos a lucharla”.
Me ha hecho pensar. ¿Por qué algunas personas se enfrentan a la vida y la viven, y otras no? Seguramente diremos que lo importante es tener un por qué: ¿por qué voy a luchar? Porque tengo un ideal, porque alguien me necesita, porque me quieren… Aquí tenemos que incluirnos nosotros: porque yo me quiero a mí mismo, y tengo que cuidar de mí mismo… ¿Compensa luchar la vida? Alguno hará un cálculo coste-beneficio, y puede llegar a la conclusión de que no compensa, que es demasiado caro. Seguramente aquí nos dejamos llevar por un error psicológico bien conocido: los costes están en presente, los beneficios en futuro. Y, claro, ganan los costes. Pero probablemente el cálculo será distinto si pensamos en beneficios que no son para nosotros, sino para otros. Por ejemplo, el recuerdo que los que nos cuidan tendrán de nuestra lucha, que les servirá a ellos para, cuando llegue el momento, animarse a luchar también. No es importante que me recuerden a mí como luchador, sino que aprendan de mí a luchar ellos. Y esto vale para todas esas personas que han conocido a Fede y a Dolores luchando. Ampliar el ámbito de aquellos a quienes les afecta nuestra lucha es un motivo más para luchar. ¿No os parece?
El problema es que en determinados sectores de la vida laboral la actitud sobra, por ejemplo, en la administración no sabrían describir ese factor, mientras que en otros sectores dónde la lucha es más pronunciada, la actitud no siempre se ve recompensada, así que parece un esfuerzo con repercusiones bastante aleatorias como para buscarlo.
“Todo es actitud” (y siempre es una elección bajo nuestro control)