El pasado 25 de junio participé en el IESE en Madrid en una sesión que conmemoraba el XXV aniversario del Centro Internacional de Finanzas, CIF, comentando una intervención del Profesor Christopher Cowton sobre Ética y Finanzas. En mi intervención quise citar a un colega del IESE, el Profesor Rafael Termes, que fue el primer presidente del CIF, hace un cuarto de siglo. Lo hice a propósito de un principio que mencionó Cowton, el de la prudencia, que Termes llamaba “virtud característica del banquero”.
Su importancia radica, primero, en que el agente financiero es administrador de un dinero que no es suyo, y segundo, que sus decisiones pueden tener consecuencias muy negativas para sus clientes y para la sociedad, porque forman parte de una red de relaciones entre productos, entidades y mercados, de modo que sus errores pueden tener consecuencias en otras muchas personas y prolongarse en el futuro. Y ese es un ámbito importante para ejercer la prudencia.
Por eso, en las decisiones financieras de las entidades deben tenerse en cuenta las consecuencias razonablemente previsibles sobre sus clientes, primero de pasivo, que son los más afectados por sus errores, pero también los de activo; y también sobre toda la cadena de valor, que afecta a acreedores y deudores de muy diversos niveles, pero en los que se produce el impacto sistémico de las decisiones, así como sobre la sociedad en general. Porque, con palabras de Juan Pablo II, “la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral y cultural” (Centesimus annus, 1991, n. 36).
De manera especial, la prudencia se ha de ejercer en las decisiones que suponen un riesgo –y este es un tema no solo técnico, sino también ético. El listado de recomendaciones éticas que se deberían hacer aquí podría alargarse indefinidamente: no dejarse guiar solo por los modelos y las cifras; tener en cuenta la moralidad de las personas con las que se negocia; no ignorar las señales de mercados e indicadores, especialmente las que se refieren a excesos (de deuda, de riesgo, etc.); buscar alternativas éticas y que sean económicamente aceptables cuando se presentan situaciones difíciles; pedir consejo y escuchar; cumplir las regulaciones, tener memoria del pasado… Y, muy importante, no “externalizar” las decisiones difíciles, trasladándolas al mercado, la profesión, la regulación, la ley o los códigos de conducta internos. Es decir, asumir la responsabilidad personal y corporativa por las decisiones.
Y no dar por supuesto el marco institucional, cultural y moral como un mero dato que, si es posible se esquiva, sino como una realidad que genera deberes: del mismo modo que no es correcto poner en circulación medicinas que sabemos pueden tener consecuencias fatales para los pacientes, aunque tengan el visto bueno del regulador, no se pueden tomar decisiones financieras que puedan poner en peligro la estabilidad del sistema, aunque haya un regulador que, en su caso, trate de corregir los problemas. O sea, la estabilidad del sistema es un bien común, que hay que defender entre todos.
Acabé mis comentarios con otra referencia a Rafael Termes. En un artículo publicado en 1995, desarrollaba sus argumentos sobre la ética en la banca alrededor de siete puntos, que me parecen un magnífico compendio de la ética del banquero: 1) Responsabilidad: el banquero es un administrador de caudales ajenos. 2) Libertad: debe respetar la libertad de las personas en la empresa (empleados y directivos) y fuera de ella (clientes, proveedores, comunidad local), lo que implica vivir la virtud de la fortaleza. 3) Poder: el financiero tiene poder, y debe ejercerlo de forma recta, que es una de las claves de la buena dirección de una organización. 4) Liberalidad y magnificencia: el financiero debe ejercerlas, porque tiene medios, sin caer en la prodigalidad ni el despilfarro. 5) Prudencia en todas las decisiones. 6) Veracidad, necesaria para conseguir la confianza. Y 7) austeridad: practicarla y exigirla en la organización.
La prudencia, como decía Juan Antonio, profesor; es la virtud del directivo. Cualquier directivo. No solo los banqueros. Polo precisaba más y decía que la misma prudencia es para los medios y que también es medio, pero de otro calibre. Y agregaba que eso no se podía descubrir si no se entendía bien la conmensuración método-tema que, por no ser un “invento” previo a la modernidad, los llevó a desechar la virtud. Es que los hábitos que conocen los medios (prudenciales) tienen muchas partes y por lo dicho, los cognoscitivos, son un tipo de medios que solo pueden ser personales y hay que saber usarlos: son los que inventan y saben usar los medios; banqueros, poetas, etc. Pero las mismas virtudes son medios que (como los cognoscitivos) están “en los hombres buenos” (técnicos) y eso es lo que está fallando. No puede contratar a un genio alguien necio, ni puede contratar a un “bueno” alguien “malo”. Ahí reside el problema: la confusión moderna, método-tema.