En dos entradas anteriores me he ocupado de los problemas de las migraciones, de una manera, lo reconozco, desordenada. Pero ya hemos llegado a algunas conclusiones (bueno, yo he llegado: no tengo por qué exigir al lector que participe de mis puntos de vista):
- los principios (morales, políticos, económicos) son útiles, pero no definitivos;
- en caso de emergencia, el deber de acoger es prioritario,
- pero, una vez pasada la emergencia, cambia la naturaleza del deber –y lo que nos interesa es, sobre todo, ese nuevo deber con el inmigrante y con el refugiado;
- el mundo ha cambiado, de modo que los argumentos que desarrollamos hace un siglo han de ser revisados, a la vista de las nuevas circunstancias: pueden servirnos para mirar con simpatía al inmigrante, porque nosotros o nuestros antepasados lo fuimos, pero las emociones, que son muy útiles para movernos a actuar, no son lo más adecuado a la hora de buscar soluciones,
- y lo que ha cambiado es la demografía (no son unas pocas familias las que quieren marchar, sino muchos millones de personas), la economía (la diferencia entre el país rico y el pobre es ahora mucho mayor que la que podía haber entre un pueblo de Castilla y una hacienda argentina en 1900), la información…
- y la organización política, que ahora se aglutina en Naciones-Estado con caracteres distintos de los de hace un siglo.
“Te gusta complicar las cosas”, me dice el lector. No: me gusta reconocer las cosas complicadas, cuando lo son. Y complicadas quiere decir que tienen numerosas manifestaciones, y que no podemos descuidar ninguna de ellas, si son relevantes.
Sigamos. Ya he dicho que el recurso a los principios no nos llevará a un acuerdo, salvo que estemos de acuerdo en qué principio es el más importante. Y no lo estamos. Por eso, he dicho antes, con otras palabras, que los argumentos morales son importantes, pero tampoco nos llevarán a una solución. Sí nos llevarán a ella, si somos capaces de imponer nuestros principios morales a otros, o si queremos vivir de esos principios hasta el final. Pero lo que estamos diciendo es, en definitiva, que los principios morales no son suficientes.
“Pero, me dice el lector, el Papa Francisco ha hablado muy claro sobre esto”. Sí. He aquí algunas frases de una homilía suya, a principios de julio de este año:
- “Cuántos pobres hoy son pisoteados. Cuántos pequeños son exterminados… Y entre ellos, no puedo dejar de mencionar a los emigrantes y refugiados, que continúan llamando a las puertas de las naciones que gozan de mayor bienestar”.
- “El Señor promete alivio y liberación a todos los oprimidos del mundo, pero tiene necesidad de nosotros para que su promesa sea eficaz. Necesita nuestros ojos para ver las necesidades de los hermanos y hermanas. Necesita nuestras manos…”
- “Frente a los desafíos migratorios de hoy, la única respuesta sensata es la de la solidaridad y la misericordia, una respuesta que no hace demasiados cálculos…”
Pero dice también algo más:
- … pero que exige una división equitativa de las responsabilidades, un análisis honesto y sincero de las alternativas y una gestión sensata. Una política justa… que prevé soluciones adecuadas para garantizar la seguridad, el respeto de los derechos y de la dignidad de todos; que sabe mirar el bien del propio país teniendo en cuenta el de los demás países”.
- “Les pido que sean testigos de la esperanza en un mundo cada día más preocupado de su presente, con muy poca visión de futuro y reacio a compartir, y que con su respeto por la cultura y las leyes del país que los acoge, elaboren conjuntamente el camino en la integración”.
Desde luego, el Papa invoca la solidaridad y la misericordia: los principios morales son necesarios. Pero recuerda también que hay una dimensión política del problema. Y de esto hablé, brevemente, en una entrada anterior. La democracia tiene dos facetas: la protección de los derechos de la persona, y el ejercicio del poder colectivo. Si lo que domina es lo primero, el principio de libertad, la decisión colectiva desaparece; si predomina el derecho a organizar la vida política, el principio de la mayoría, los derechos de las minorías desaparecen.
Bueno, ahora que ya he complicado algo más el análisis, dejo la continuación para otro día.
Querido profesor, la conclusión es única: el mundo es de todos y quien no tiene las mínimas condiciones de vida en su lugar de origen, debido a guerras, hambrunas, cambio climático, falta de trabajo, etc., es libre de moverse libremente a donde considere que puede vivir un poco mejor y tiene derecho y nosotros el deber de acogerle. Si estuviésemos en su lugar, ¿encontraríamos comprensible cualquier explicación que nos dieran para que no nos moviéramos de allí y nos muriéramos lenta y miserablemente? ¿son más libres los pájaros que los humanos? Pues sí, ya que entre ellos no se impiden el derecho a migrar. «Es que si vienen todos los emigrantes hacia aquí no habrá trabajo para todos… » Si interiorizáramos que lo que sufre cada miembro de la Humanidad afecta a la Humanidad entera, entonces empezaríamos a saber que es la Dignidad.
Lo siento, a veces escribo unas chorradas increíbles …
No, Jordi, lo que dices tiene mucha razón. Lo que yo he tratado de escribir es que el problema tiene una dimensión a corto plazo (si tienes una necesidad inmediata, vamos a solucionarla) y otro a largo, y la solución puede ser distinta en un caso y en otro. La gente que en los años 50 dejaba su pueblo para ir a Barcelona a ganarse la vida estaba en su derecho, y nadie debía prohibírselo. Pero debía encontrarse un remedio que no fuese peor que la enfermedad. Por ejemplo, Italia o España son los países de llegada para inmigrantes africanos, pero quizás haya puestos de trabajo mejores en Alemania o en Irlanda. No se trata de tirarlos al mar o devolverlos a su país, sino ver dónde pueden encajar mejor. No es fácil, claro, pero… ¿quién dijo que los grandes problemas eran fáciles?
Bien dicho profesor: los argumentos morales son primero. Pero una vez decididos de modo adecuado para todos, vienen los cálculos, como en el fútbol. Si lo que prima es la libertad individual hay que sincronizar covariantemente y si lo que prima es el derecho común hay que sincronizar contravariantemente. Pero primero es la actitud libre de unos y otros. Como le decía, el capítulo dos de Filosofía y Economía (Polo) es contundente al respecto. Se ahorra más tiempo apelando a la virtud moral, pero se sincronizan en el tiempo las restricciones espaciales, para lo que se requiere también la virtud moral.