En entradas anteriores me he ocupado, de manera desordenada, de las varias dimensiones del problema migratorio, con referencia, sobre todo, a Europa, pero me parece que con muchas ideas útiles también para otros lugares. Es hora de ir acabando nuestro análisis.
¿Son buenas o malas las migraciones? Hay que distinguir: ¿buenas o malas para quién, y en qué aspectos?
Buenas, habitualmente, para el que emigra. Cita a Antonio Garrigues Walker en una reciente entrevista en étic: “No somos capaces de valorar la fuerza que tiene un refugiado. No puedo imaginarme nada más bello que el deseo de mejorar, de cambiar, el deseo de encontrar la libertad y la vida”. El derecho a buscar otra oportunidad forma parte de lo más íntimo del ser humano.
“Pero perjudica al país de origen, al restarle una mano de obra con capacidad de trabajo, de iniciativa…”. De acuerdo, pero, ¿es la persona para el país, o el país para la persona? Si no ponemos a la persona en el centro, estamos equivocando la meta.
¿Y en el país de destino? Hay muchos estudios que muestran que la inmigración tiene efectos económicos positivos, pero me parece que no convencerán al que quiere dejar su casa porque la mitad de sus vecinos hablan ya otra lengua, tienen otras costumbres y practican otra religión. Los economistas diríamos que es una cuestión de reparto de costes y beneficios. Los filósofos añadirían, seguramente, alguna consideración sobre nuestra concepción de la vida. Hace cien años, en los barrios obreros la gente vivía más en la calle que en su casa: el sentido de comunidad era muy desarrollado. Hoy vivimos en la casa, la puerta cerrada y que no nos molesten. No es esto lo que me gusta, pero todavía no hemos descubierto la manera de vivir en una gran ciudad y mantener una vida comunitaria desarrollada… Quizás nuestras reflexiones sobre las migraciones nos ayuden a rediseñar esto…
¿Cómo hemos hecho frente a estos problemas, en el pasado? Durante mucho tiempo, Europa fue un continente de emigración: el problema no existía. Luego hubo refugiados por razones políticas, pero eran minorías cultas, que no causaban problemas en los países receptores, siempre que no fuesen activistas políticos. Luego llegaron las migraciones locales (españoles trabajando en Alemania, en los años sesenta), pero eran, de nuevo, personas con cualificaciones, de integración relativamente fácil, y que volvían a sus países de origen al cabo de los años, o se integraban totalmente en el que les acogía.
Luego llegaron las migraciones modernas, creando conflictos culturales, religiosos y políticos. La política en esos años, por ejemplo, en Francia, fue: legalizar, integrar y luego cerrar la puerta. Error: se aplicó la solución anterior, a inmigración temporal, sin tener en cuenta, como apunté en una entrada anterior, que las cosas habían cambiado: Europa es ahora el destino deseado de millones de personas, no de unos pocos. Y esto durará muchos años, por el desequilibrio demográfico y económico al que me ha referido otras veces.
Entonces, la solución parece ser desarrollar África y el Próximo Oriente. Sí, pero a largo plazo, porque a corto lo que esta política origina es un aumento de las expectativas y de las cualificaciones (de nuevo, el ejemplo de España en los años sesenta), que alienta más inmigración que, sí, se revertirá más adelante, pero el problema es: ¿qué haremos hasta que la marea dé marcha atrás?
Bueno, me quedo aquí. Ya dije, al principio, que no tenía soluciones. Pero, ¿verdad que cuando uno plantea los problemas como son, todos los problemas, en todas sus dimensiones, empezamos a ver más claro? Se nos caen, las soluciones simplistas («que entren todos», «que se marchen todos»), pero podemos sentar las bases de una nueva convivencia en un mundo globalizado. Ya he dicho otras veces que los humanos aprendemos, pero muy despacio. Quizás necesitaremos otro par de generaciones para encontrar soluciones. No nos descorazonemos: los humanos hemos emigrado desde nuestros orígenes: el libro del Génesis nos cuenta que el hijo de nuestros primeros padres, Caín, tuvo que emigrar. La historia se repite.
Muchas gracias profesor Argandoña, por plantear el problema de manera objetiva, así se acerca a la verdad.
El tema de las migraciones si antes no fueron un problema es porque no estaban controladas. Tenemos suficiente tecnología para corregir muchos problemas en el mundo pero los focos de interés están puestos en otras áreas.
No es algo que tenga solución a corto plazo. O quizá no debería tener solución y que cada uno pueda vivir donde le dé la gana.
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Muy buen post.
La parte cualitativa queda clara, pero la cuantitativa (posterior, obviamente) requiere un cálculo que se descubrió recientemente y se llama temperatura. En mi libro le llamo «actividad económica» (¿lo recuerda profesor?) y antiguamente se medía en base a un material como el mercurio (Hg) por ejemplo, y de mil formas, extrapolándose a algo que se llamó el cero absoluto (-273 grados) debido a suponer una correlación positiva con el termómetro. Pero no era tan fácil, a pesar de ser más fácil que la economía, y hace poco se ha descubierto que ese cero absoluto no existe y es más bien, lo que explica que la luz quede atrapada en la materia oscura. En fin, no lo entretengo más y voy al grano. La falta de covarianza (en el Hg) se debe a que a muy bajas temperaturas la estadística co-variante «falla». Hay que efectuar cálculos contra-variantes que llevan (como marketeando mi libro) a la distribución de Boltzmann. Ya no se puede «suponer» que los promedios macro «funcionan» y hay que realizar una contra-varianza entre los estados accesibles y sus costos: yo lo llamé actividad económica porque en física mide la actividad mecánica (Maxwell en 1850 la asimiló así). Gracias por su post, profesor.