Está creciendo el interés por calcular (y comunicar) el valor total creado por una empresa: no solo el valor económico directo (producción, ventas, beneficios, empleo), sino también el indirecto, y el no económico. Interesante, ¿no? Bueno, me gustaría hacer algunos comentarios sobre esto.
Primero. No creo en la valoración de todo el valor creado, incluido el no económico. Porque, si se valora, ya se le ha encontrado un equivalente económico. O sea, ya es valor económico. O sea, todo es dinero.
Segundo. Ese valor no es mensurable, porque incluye cosas que pasan dentro de las personas. Si hoy he hablado con mi jefe en la empresa y me ha enseñado algo, ¿cuánto vale esto? Si hoy he visto preocupado a mi jefe, y le he animado, le he ayudado a superar su problema… ¿cuánto vale esto? Si hoy he dado buen ejemplo a un subordinado, y he conseguido que se tome en serio el servicio al cliente, ¿cuánto vale esto?
Tercero. Hay que restar el valor destruido. Si he dado mal ejemplo a mi subordinado, ¿cuánto he de restar? Vale, pero, ¿de verdad vamos a informar de ese valor destruido?
Cuarto. ¿Para qué queremos conocer ese valor total creado? Para ser más eficientes en la creación de valor, me dirá el lector. Pero si no sabemos cuánto valor no económico (ni calculable en equivalente económico), ¿qué eficiencia es esa?
Quinto. O sea, corremos el peligro de utilizar el valor total creado para dirigir nuestros esfuerzos a lo que nos gusta o a lo que nos interesa, no a donde hace más falta ese valor. Dicho con otras palabras: puede convertirse en un ejercicio de relaciones públicas, o de publicidad. O de alimentación del ego de los «creadores» de ese valor.
Sexto. Pero, dicho todo lo anterior, quiero hacer notar que pensar, reflexionar sobre la creación de valor total puede ser muy bueno. Porque nos indica dónde estamos flojos (en cuidado del medioambiente, en servicio al cliente, en conciliación trabajo-familia, en mantenimiento de la cultura ética de la organización…). Porque nos puede ayudar a comunicar mejor con los stakeholders, sobre todo con los que no solemos tener en cuenta. Porque puede orientar nuestra estrategia, si no queremos que se ocupe solo de maximizar el beneficio. Porque, en manos de un equipo lleno de ideas, puede dar un vuelco a la innovación de la empresa…
Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
Creo que todos estos puntos que suman y restan el valor creado por la empresa, mensurable y no mensurable, se resumen en una palabra: REPUTACION. Labrarse una buena reputación quiere decir hacerlo bien, o lo mejor posible, en todos los sentidos. La reputación la otorga las personas que envuelven la empresa, dentro y fuera de ella y aparece, no en las bellas memorias anuales sino en el día a día, naturalmente también en las cifras económicas, pero más que nada en la sensibilidad humana con que se gobierna la empresa.
Es que es imposible, profesor. ¿Cómo poder volar si no se sabe que es el aire lo que permite volar a las aves? Eso se descubrió en el S XVII, pero no se pudo volar hasta el S XIX. No se puede calcular porque primero se debe saber qué calcular. Y aun así, hay niveles de conocimiento: primero lo que se piensa, segundo por qué se piensa y tercero por qué se siente (incluso lo que no se piensa) y cuarto los conocimientos espirituales puros y … así nos damos cuenta que sólo el primero, es decir, el de lo que se piensa puede ser objetivado para numerizarlo en moneda, por ejemplo. Los siguientes niveles pueden ser simbolizados pero nunca objetivados, o en todo caso, como movimientos plurales y cibernéticos para no perder su control. Pero así y todo, no pueden ser cuantificados porque son inmateriales y no existe consenso al respecto; salvo como vemos ahora increíblemente, se imponga autoritariamente lo que uno desea sin importar los demás.