La pregunta me viene provocada por un breve comentario de Rob Asghar en Forbes, hace ya más de un mes: «La lealtad«, dice el título, «no es una virtud, es el enemigo de la ética en el puesto de trabajo«. Y da sus argumentos: no es una virtud o un vicio, sino una tendencia, un temperamento, una compulsión, que lleva a pasar por alto los crímenes de los líderes y a aplaudir sin límite sus actos de heroísmo; que lleva a los miembros de los consejos de administración a racionalizar las malas conductas de sus directivos, que lleva a los miembros de una organización a contemplar la metástasis de sus tumores sin hacer nada por detenerlos.
Vale. Pero, como decían los escolásticos, donde no hay distinción hay confusión. La lealtad es una virtud humana. Por tanto, como decía Aristóteles, es un término medio entre dos errores. Término medio no significa mediocridad, sino eso, excelencia, fuerza, que eso es la virtud. Y debe estar moderada por la prudencia. Porque lealtad implica capacidad de discernimiento, lucidez y coraje. Y todo eso falta en los ejemplos que pone Asghar en su artículo.
La lealtad es un término medio entre el servilismo y deslealtad (y no quiero pelearme con nadie sobre palabras). La lealtad dice referencia a una organización o comunidad; de alguna manera, se opone a individualismo, el que solo sabe atender a sus cosas, que se despreocupa de los demás. Lealtad supone algún vínculo o lazo: lealtad a la familia, a la patria, a la empresa, al club deportivo… La elevación y el perfeccionamiento espiritual de la persona no es el resultado de doctrinas abstractas, sino que requiere instituciones: la familia, la patria… Por eso es opuesta al individualismo. Supone también tiempo, duración… Uno no es leal en un momento determinado, sino a lo largo del tiempo; o mejor, puede mostrar su lealtad en un momento porque la vive en cada momento.
¿Por qué debo ser leal a algo o a alguien? Porque tengo unos lazos, unos compromisos, implícitos o explícitos. Soy leal a mi empresa porque mi contrato de trabajo va más allá de dedicar unas horas a cambio de unos euros. Uno aprecia un bien en la pertenencia a una comunidad, y asume las obligaciones que ese bien lleva consigo. Hay compromisos adquiridos voluntariamente (con la empresa, con el club), y otros naturales (con la familia, la patria). Es una forma de limitar mi libertad a fin de conservar y conseguir ese bien, que es, en este caso, un cierto bien común (de la familia, de la empresa…). Es absolutamente necesaria en la vida social: un grupo de desleales, egoístas, individualistas, no será nunca una comunidad.
¿Qué falla en los casos mencionados al principio? Una concepción errónea del bien o del objeto y, por tanto, del compromiso. La lealtad a la mafia no es lealtad a un bien que merezca ese nombre. Ni la lealtad a la empresa cuando esta roba, maltrata o se comporta criminalmente. Lealtad a la patria, por lo que tiene de bien la comunidad, no por lo que hace mal. Lealtad a los que mandan, porque hacen posible el bien de la comunidad, no en la medida en que no lo hacen. Lealtad, por tanto, implica sentido crítico (lealtad a qué o a quién, por qué y para qué). Detrás de algunas lealtades hay, en el fondo, egoísmo: soy leal a mi jefe, aunque sea un indeseable, porque me conviene.
Lo expresa bastante bien el autor del artículo que he comentado al principio: «el reto es mover a las organizaciones, no hacia la lealtad a las personas, sino hacia la lealtad a los primeros principios«. Pero matizaría: lealtad a los bienes compartidos, no a los principio. Porque añade: «Estos principios incluyen transparencia, integridad, responsabilidad…». Y, la verdad, no me siento atraído por la transparencia de mi empresa, sino por el bien que supone el hecho de que forme parte de esa comunidad de personas que es la empresa… que debe ser transparente, íntegra, responsable. Y eso será prueba de que merece mi lealtad.
Esa lealtad (la de Asghar) no busca los fines o, mejor dicho, es viciosa cuando no mira a fines nobles, y por ello se llama vicio. Pero la otra, la de que usted nos habla que mira a los fines nobles, lleva a la virtud. La primera se llama complicidad y la segunda amistad. El vicio nos sumerge cuando no se busca el fin noble sino otra cosa: un fin medio o un fin más bajo (inmediato) como es lo sensorial. No es que sean malos en sí, sino que se hacen malos cuando se buscan por sí mismos. Y eso es lo que los empobrece y nos hace pobres de espíritu.