A vueltas con la ciencia económica (I)

El otro día dejé caer en una entrada de este blog que estaba trabajando sobre Paul Samuelson, y alguien me preguntó en qué consistía ese trabajo. Es una presentación de una nueva traducción de su obra cumbre, «Fundamentos del Análisis Económico», que está preparando la Fundación ICO. Os contaré aquí algo de mis conclusiones. En ellas comento las críticas que se han dirigido a Samuelson y a los economistas neoclásicos, de querer imponer (bueno, de imponer de hecho) un control de lo que se entiende por la ciencia económica y por su método. Aquí no voy a entrar en esas críticas, sino en mis conclusiones, citándolas casi literalmente (aunque lo que tengo es solo un borrador no definitivo):

El fondo de esas críticas es un problema antiguo y muy conocido. La economía es, en definitiva, una teoría de la acción humana, que tiene lugar en el marco de unas organizaciones y de una sociedad. Pero, a pesar de sus pretensiones imperialistas, la acción económica es solo una parte de la acción humana, y las organizaciones económicas no son representativas de todas las organizaciones. La economía neoclásica tiene su propia lista de supuestos de esa acción; otras escuelas –austríacos, nuevos keynesianos, nuevos clásicos, neoinstitucionalistas, neomarxianos, poskeynesianos, behavioristas, neuroeconomía, economía participativa, feminista, ecológica, binaria…- tienen sus propios elencos. El ‘mercado’ de teorías no es, ni mucho menos, un mercado competitivo, de modo que no podemos esperar que esa variedad nos lleve espontáneamente a un óptimo. Lo más probable es que haya muchos ‘mercados segmentados’, donde cada escuela atienda a un público más o menos cautivo, y donde los teóricos acudan a ‘comprar’ modelos ad hoc para los problemas que les preocupen en cada caso. Kuhn (1962) concluye que esa variedad de puntos de vista hace esperar la futura aparición de un nuevo paradigma unificador, pero no es fácil descubrir por dónde se abrirá paso.

En todo caso, la economía necesita algunos supuestos sobre la acción económica que, si han de ser manejables, necesitan ser simplificados, por ejemplo, dejando fuera algunas motivaciones y aprendizajes. Por tanto, sus conclusiones no pueden ir más allá de lo que permitan sus supuestos. Así, ante un problema complejo el economista puede 1) renunciar a estudiarlo, diciendo, por ejemplo, que corresponde a otra ciencia; 2) relajar sus supuestos o dar entrada a otros que sean más relevantes en ese caso concreto, o 3) intentar forzar el problema para que ‘quepa’ en sus supuestos y extender indebidamente las conclusiones de su análisis –y esto puede hacerlo consciente o inconscientemente. La economía neoclásica ganó en rigor al limitar su campo, pero con el riesgo de olvidar aquella referencia a la realidad que denuncia Boettke, y siempre con la tentación de ir más allá en sus conclusiones.

Otro día concluiré mis comentarios.

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