Este es el título que di a a un artículo que publique en El Periódico el pasado día 17 de septiembre. En él explico que la Europa que nos gustaría, por lo menos a algunos, no tiene muchos visos de hacerse realidad. Resumo aquí el argumento.
Lo que ahora llamamos Europa, es decir, la Unión Europea, se empezó a gestar en los años cincuenta, como un remedio para los horrores de las varias guerras que habían asolado el continente durante siglos, los regímenes comunistas, fascistas y nazis, y el riesgo de que algo de aquello podría volver a pasar. Era un proyecto elitista, de arriba abajo; inventado por pensadores y políticos, y puesto en marcha sin apenas contar con el pueblo; era antipopulista y antinacionalista. Empezó por lo más fácil: ponerse de acuerdo para reducir los aranceles y facilitar el comercio, haciendo caso a aquello de que si los países crean lazos comerciales intensos, es más difícil que recurran a los tanques para dirimir sus discrepancias –algo que hoy ya no vemos tan claro.
Un proyecto antidemocrático y anticultural, me dirá el lector. De acuerdo. Pero hace medio siglo no parecía posible que los franceses fuesen alegremente a las urnas a votar a candidatos alemanes, ni que en las escuelas se enseñasen canciones irlandesas a los niños húngaros. Y hoy en día no hemos avanzado mucho. Los problemas de los polacos son problemas de los polacos, y los ciudadanos de Barcelona pasamos olímpicamente de ellos. Por tanto, que ellos resuelvan sus problemas y nosotros los nuestros. Ahí no funciona la democracia de las elecciones generales, ni parece conveniente tener libros de historia comunes, aprobados por Bruselas. ¿Valores compartidos? Los tenían, bastante, los europeos de los años cincuenta; no los tenemos ahora ni siquiera dentro de un país pequeño, ni siquiera en una ciudad como Barcelona.
Pero, cuando nos dicen cómo habrá que prever las futuras crisis financieras, anuncian que necesitamos un único mecanismo de solución de crisis, un único supervisor, un mecanismo común de tratamiento de bancos en dificultades… Lógico. Pero esto exige un respaldo financiero único, que significa, en definitiva, un ministerio de Hacienda único, un Presupuesto único… Y, si es verdad aquello de “no hay imposición sin representación”, esto exige una unidad fiscal, que se suma a la monetaria, a la del mercado de capitales, a la comercial… Y, claro, acaba en unidad política. A largo plazo, claro. Pero… vamos hacia ahí.
Ahora bien: cuando salimos a la calle, nos encontramos con partidos nacionalistas y populistas, que dicen maldiciones de la moneda única y de la Unión Europea, que echan la culpa de todo a los burócratas de Bruselas… Se han roto muchos de los consensos políticos forjados en este último medio siglo. El “modelo europeo”, medio liberal, medio socialdemócrata, de libre mercado, paz social, salarios altos, estado del bienestar para todos… ya no es admitido. Pero lo malo es que, si queremos dar marcha atrás a esta Europa de comerciantes, nos sale un futuro muy poco prometedor: vuelta a las guerras comerciales, pérdida de las ventajas del mercado único y de la moneda única, de fronteras cerradas, “sálvese quien pueda”…
De ahí mi conclusión: no vamos camino de esa Europa multilateralista, abierta, democrática, solidaria, unida. Pero nuestros problemas ya no son locales, ni siquiera comarcales. Necesitamos colaborar con todos, para la movilidad de la mano de obra, para la comunicación de las ideas, para poder comercial libremente, para preocuparnos unos de otros, en lugar de pensar cada uno solo en sí mismo… Necesitamos una Europa que sea una entidad supranacional, no un superpaís, que se encargue de orientar las políticas nacionales para que no nos hagamos daño unos a otros; que ofrezca seguridad de movimientos de personas e ideas y, sobre todo, seguridad para cuando lleguen las crisis financieras o cuando hagamos daño al medio ambiente del vecino.
Estoy de acuerdo con Joan, este proyecto de europa se va complicando cada vez más. Quizás estemos más cerca del fin de la UE de lo que creemos.
Muy buen artículo, Antonio. Parece que el Proyecto Europeo no tiene pinta de acabar bien. Nuestra situación (España) puede que se complique bastante, al ser los socios más débiles. Por suerte, dentro de las regiones, todavía existen programas que funcionan bastante bien y todavía no han sido presa de recortes. Un ejemplo de ello es Trabajastur, el servicio de empleo del Principado de Asturias.
Estimado Antonio, el Proyecto Europeo, ha carecido y carece de un proceso de comunicación hacia los ciudadanos, a pesar de los logros obtenidos con el mercado único y los procesos de armonización de nuestra política social y de seguridad, no hemos sido capaces de comunicar a la sociedad Europea las ventajas de haber construido un mercado más fuerte y sólido, pero sobre todo de la posiblidad de avanzar en una Europa solidaria y defensora de los principos y valores que inspiraron la Unión Europea. Por el contrario el individualismo y egoísmo, obstaculizan el proyecto Europeo, lo que nos aleja del «Ciudano Europeo» y mucho más del «Ciudadano del Mundo». Saludos
Saludos cordial,