No lo digo yo: lo dice (aquí) María Marta Preziosa, una profesora argentina de la que he leído cosas muy buenas. Como esta. Resumo su argumento, que me parece muy bueno. «Entrenar o enseñar a profesionales del mundo de los negocios a incluir la variable ética en la toma de decisiones, para mí, en primer lugar consiste en hacer surgir en clase cuáles son sus creencias arraigadas y ayudar a someterlas a crítica, fundamentalmente con el objetivo de aumentar el espacio de libertad interna percibida», dice. Creencias, no religiosas, sino presunciones acríticas: lo que he oído decir, lo que dicen en mi entorno, lo que me parece, lo que me gustaría que fuese verdad.
Y pone el ejemplo de la corrupción. ¿Cuál es la causa? Unos dicen que tenemos una amígdala cerebral que nos lleva a reconocer que no hay castigos. Otros, que los incentivos económicos que el corrupto desarrolla: ganar tanto con tal probabilidad de no ser sorprendido… está bien; lo haré.
Preziosa llama a esas creencias «creer en disney» (con minúscula, dice, porque no se refiere a una marca comercial, sino a una metáfora de la ingenuidad). ¿Somos corruptos porque consideramos que el miedo al castigo es una reminiscencia infantil? ¿O porque el castigo no será demasiado grande? ¿Es cuestión de falta de dureza de la ley, de falta de agallas de los jueces, de que puede perjudicar mi reputación, cuando vivimos en una sociedad que practica cada día la desfachatez y el escándalo? Todo eso dice Preziosa es «disney».
«Somos libres«, concluye, «y eso está en la interioridad, no en la amígdala o en el miedo al amo… Somos libres y podemos transgredir las normas porque ‘se nos canta’, porque ‘me importa un bledo’ el otro, porque quiero salvarme a mí y a mi familia y porque, de paso, le podemos echar la culpa a la amígdala o al Estado que no me dio los incentivos correctos».
Esto contiene un mensaje importante. La ética no consiste en aprenderse unas normas, las reglas de un código ético, unos principios… Es algo de todo eso, pero algo más: consiste en desnudar nuestra mente, para darnos cuenta de lo que queremos, de lo que queremos hacer, de lo que nos importan los demás, del concepto que tenemos de nosotros mismos, de nuestra empresa y de nuestra sociedad… Si no, la ética es creer en disney, en un mundo ideal, que no existe. Y después de criticar al corrupto, solo nos queda envidiarle. Y eso es lo que hacen muchos: qué bonito sería comportarse bien, pero, claro, no es posible. En fin, seré corrupto, porque no me queda otra solución.
Don Antonio:
Interesante enfoque, pero no sé si alcanza a cubrir algo que me parece fundamental: el ejercicio de la prudencia en la gestión cotidiana. Por ejemplo: ¿cómo una persona que toma decisiones puede aplicar la subsidiariedad con los miembros de su equipo; hasta dónde darles discrecionalidad? Muchas ineficiencias se explican por un inadecuado manejo de este aspecto de la gestión y no me queda claro cómo aplicar el enfoque de la profesora Prezioza a esta cuestión.