Oren Cass, a quien no conozco, ha escrito un libro que me ha ayudado a pensar. Se titula «The One and Future Worker» (New York: Encounter Books, 2018). Se trata de un conservador americano, cuya tesis central es: en vez de poner el crecimiento del PIB y, en definitiva, el consumo, en el centro de nuestra sociedad, pongamos «un mercado de trabajo en el que los trabajadores puedan sacar adelante familias y comunidades fuertes». La idea no es nueva, pero vale la pena volver a considerarla. Porque poner en el centro de las políticas públicas el nivel de vida de las familias (el consumo, en definitiva) equivale a poner las consecuencias por delante de las causas. Por ejemplo, ante el fenómeno del paro, lo que se busca siempre es proporcionar unos medios suficientes para la vida del trabajador y de los que conviven con él, lo cual está muy bien, pero no es lo más importante: esto último es poner la persona, las personas, la familia, el hogar, por delante. La pregunta ante un parado no es ¿cuánto dinero necesita esta persona?, ¿sino qué necesita?, y no solo en el plano económico.
Tal como lo acabo de presentar, este argumento no nos lleva a ninguna parte, porque el instrumento de que disponen las autoridades es económico: cobrar impuestos a unos para solucionar los problemas de otros. Pero el punto de partida ha de ser que el problema es más amplio, no solo económico, y que la solución económica no tiene por qué ser la más importante; o mejor, no puede ser nunca un obstáculo a la solución de los verdaderos problemas. Si nuestras políticas pusiesen su foco donde deben, mejor nos irían las cosas.
Esto tiene muchas implicaciones, y Cass señala algunas. Trabajar no es sinónimo de trabajo remunerado fuera de casa, sino que incluye el trabajo en el hogar, el servicio social, el voluntariado, el pasar la tarde con un abuelo enfermo para hacerle compañía, el asistir a un curso para mejorar la formación… Claro que no hay que pagar por todo esto: sería un gravísimo error. Pero hay que considerar todos esos trabajos como tales.
Lo cual no soluciona el problema económico. Pero Cass se pregunta: hace unas décadas, con el trabajo de un obrero no muy cualificado podía vivir toda una familia; ahora es necesario que tengan dos sueldos, por lo menos. Claro que las mujeres tienen todo el derecho del mundo a disfrutar de un trabajo digno donde realizarse, pero, ¿no habremos hecho algo mal?
Cass ofrece algunas soluciones, pero me parece que lo que está pidiendo es más reflexión y más imaginación, para, primero, entender la verdadera naturaleza de los problemas, y segundo, buscar soluciones sostenibles y eficaces. Algunas de sus sugerencias apuntan a un mayor papel para la sociedad civil, que es la que está al lado de los ciudadanos, a diferencia de las autoridades, y a una mayor interrelación entre las personas. Y esto último le lleva, por ejemplo, a rechazar la renta básica universal, porque, dice, convertiría al Estado en responsable de cubrir las necesidades de nuestra vida, despojándonos a nosotros de nuestra responsabilidad personal y, por tanto, de nuestra libertad; convirtiendo nuestras sociedades en un juego entre dos actores, yo y el poder, sin otros que me puedan ayudar en esta tarea (o sea, sin otros que me ayuden a ser libre y responsable, cosa que el Estado difícilmente podrá hacer), y cortaría muchos de los lazos que ahora nos unen a otras personas, lo que nos haría, quizás, más autónomos, pero no más libres. Ni más felices.
Thanks for the info, really helpful.
Coincidimos con Polo y Say en que la oferta precede a la demanda. Desde la perspectiva sincronista, también. No puede haber vida propia sin un DNA básico.