Hace unos días tuve ocasión de ver una película titulada «Collateral beauty», que en España se ha traducido como «Belleza oculta», y en América Latina como «Belleza inesperada». Comentándola con un amigo, buen conocedor de la filosofía, me hizo notar que el título correcto sería «Bondad oculta» o «Bien oculto». Porque lo que queda oculto a los ojos de los protagonistas no es la belleza, sino el bien: las cosas buenas que acompañan a las que nos parecen malas, o el lado bueno de las cosas que nos parecen malas.
No os voy a contar la película, cuya clave está en las últimas escenas, como mandan los cánones del buen cine. Sí quiero comentar algo de ese lado bueno de las cosas que no nos gustan. La película gira alrededor de la muerte de una niña de seis años, hija del protagonista, a consecuencia de una enfermedad grave. No parece que haya ahí muchas cosas buenas, si no es el recuerdo de la niña, que es lo que hiere profundamente al padre. En un momento de la película, este enuncia los argumentos que da la gente, para explicar lo que a él le parece inexplicable: hay que aceptar lo que es inevitable; siempre vivirá en tu recuerdo; Dios la escogió como rosa espléndida de su jardín para llevársela con Él… Está claro que ninguno de esos argumentos le convencen.
Me parece que la clave para encontrar esas cosas buenas está en el protagonista, que debe hacer el acto de humildad de reconocer que no lo entiende, para poder empezar a entenderlo. Me vino a la memoria algo que leí hace tiempo, cuando preparaba un artículo sobre la humildad, una de cuyas manifestaciones es el reconocernos parte de algo más grande, que nos supera. Los expertos que escribían esto mencionaban a Dios, a la belleza (delante de un cuadro magnífico o de una puesta de sol impresionante nos sentimos poca cosa…), a los grandes ideales… De alguna manera, la «curación» del protagonista, profundamente dañado por la muerte de su hija, empieza cuando está dispuesto a reconocer que su hija murió, y a hablar de ello. O sea, un acto de humildad (esto me supera, pero está ahí y no puedo negarlo) y de apertura (los demás lo saben, o no lo saben, pero tengo que decírselo, y debo contar con ellos). Lo que les pasa a los otros coprotagonistas tiene también que ver con esto: el reconocimiento de fracasos en su vida, la necesidad de abrirse a los demás…
Pienso que esto vale la pena considerarlo en el ámbito de la empresa, en que se mueve este blog. Con frecuencia, nuestros problemas se deben a que no reconocemos nuestra situación, ante algo que no entendemos, que nos supera, que es más grande que nosotros… o que nos hace daño, y no queremos aceptar. Entonces, hay que hacer un acto de humildad y abrirse: dejarse ayudar.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
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Me parece que la humildad es la mejor muestra de sabiduría y de humanidad.
Gracias por sacar un tema que en el ámbito de la empresa parece una debilidad, cuándo en realidad es la mayor de las fortalezas.